Los nuevos
Lunes por la mañana,
hoy es el primer día de clase de nuestro último año de instituto, es uno de
Septiembre, para ser más exactos. Mientras bajaba del coche de mi madre, vi la
entrada colapsada por estudiantes de buen humor, no lograba ver nada, pero al
parecer todos estaban interesados en algo que estaba ocurriendo ahí mismo.
Brenda Olivares, mi
mejor amiga, apareció a mi lado, venía impresionada, y eso es algo muy extraño
en ella, porque pocas cosas conseguían impresionarla. Venía de la entrada, la
cara que traía la vi por primera vez hace dos años, cuando mi hermano y yo
cruzamos las puertas del instituto, tras mudarnos desde Illescas a Barcelona.
Cuando nos mudamos,
por suerte fue mucho antes de empezar las clases, y eso nos sirvió para
habituarnos a la ciudad así como acomodarnos en nuestro humilde hogar. Nuestra
casa era enorme, mucho más que la que teníamos en Illescas, aquella solo
contaba con el salón comedor, la pequeña cocina, un aseo y un mini despacho en
la planta baja, y en la parte de arriba tres habitaciones, la principal con
baño. A mí me tocaba compartir baño con mi hermano, y no fue agradable.
Mi nuevo hogar,
contaba con tres alturas. En la planta baja: la sala, el comedor, un aseo, una
gran cocina, y un despacho grande, donde estaba integrada la biblioteca.
En la primera
planta, la habitación principal, con su baño correspondiente, y dos
habitaciones más para invitados, que también contaba cada una con su baño. Y en
la segunda planta: mi habitación y la de mi hermano, cada una con su vestidor y
su baño. Además en esta planta teníamos también la sala de entretenimiento,
donde teníamos un futbolín, una mesa de billar y la consola.
Mi amiga venía hacía
mí con una sonrisa.
—Buenos días
Jacqueline – dijo cuando estaba a escasos metros de mí —. ¿Cómo estás?
—Buenos días Brenda.
Tan bien como se puede estar el primer día de clase después de las vacaciones —
saludé dándole un abrazo y un beso en la mejilla —. ¿Qué pasa ahí?
—Son los chicos
nuevos, los Walker — dijo algo entusiasmada —. ¿Quieres que vayamos a ver?
—No. Brenda, sabes
que no me van los chismes, seguro que ahora son el juguete nuevo.
Dicho esto me dirigí
a secretaría, para recoger mi horario, tenía todas las asignaturas con mi mejor
amiga, excepto las optativas y las matemáticas, así que nos sentaríamos juntas
como años anteriores.
Dado que no soy
conocida por hacer amigos, ella fue la única que dos años atrás consiguió
acercarse a mí, y desde entonces nos hicimos amigas inseparables.
Comencé mi mañana
tranquila, a pesar del alboroto que se había formado en el estacionamiento.
Todo el instituto estaba algo revolucionado, lo que solía pasar siempre que
alguien nuevo llegaba. A la hora del almuerzo no fui a la cafetería.
Me salté la clase de
biología, me tocaba compartirla con uno de los nuevos y sabía que nadie se iba
a interesar por la clase, decidí adelantar las tareas que habían puesto algunos
profesores, venían dando caña desde el primer día, algo entendible teniendo en
cuenta que de este curso dependía nuestra entrada a la universidad.
Cuando sonó el
timbre de salida, recogí mis libros saliendo de la biblioteca. Caminé hacia la
salida de ese edificio que se convertiría en mi cárcel durante nueve meses,
nueve largos e interminables meses. Tan concentrada iba caminando por los
pasillos, que no me di cuenta que otra persona venía en contra dirección, hasta
que choque con ella.
No llegué al suelo,
porque justo antes de caer unos brazos me sujetaron. Cuando miré su rostro,
creí haber muerto, era el hombre más guapo que había visto en toda mi vida.
Su pelo castaño
claro, con matices cobrizos y algo rebelde, sus ojos azul grisáceos que, además
de tenerme idiotizada, reflejaban la diversión que le producía esta situación,
y sus labios carnosos que me incitaban a besarlo, con una eterna sonrisa que
quitaba el sentido.
No tenía nada que
envidiar a un Dios griego, además de guapo, tenía un cuerpo de infarto, se
notaba que hacía ejercicio, porque tenía los músculos fuertes, aunque, no muy
exagerados, y que se le marcaban en la camiseta que llevaba.
—Eh, per-perdón —
balbuceé, y mis mejillas se tiñeron de un tono rosado.
—¿Estás bien? —oh
Dios mío, solo pude asentir al oír su voz. Quiso añadir algo más pero un chico,
muy parecido a él, le interrumpió.
—Vamos, Nathan, nos
están esperando — dijo. Aquél chico tenía el mismo pelo rebelde, pero con la
diferencia que su pelo era más oscuro y con destellos rojizos a la luz, además
sus ojos eran verdes.
En ese momento
Brenda venía en mi búsqueda, y yo seguía mirando como una idiota a esos dos
dioses que tenía delante.
—Jacqueline, vamos,
nos está esperando Sam, está con... — no
pudo continuar, se quedó hipnotizada con el muchacho que había llamado a mi
adonis.
—Vamos — dije
arrastrándola hacia la salida.
Los dos chicos se
marcharon en la otra dirección, supongo que iban a entregar algún documento a
secretaría, y cuando salimos del edificio, apoyados en el BMW de mi hermano, él
y Samanta, nos estaban esperando.
Sam, como solíamos
llamarla para abreviar, era la hermana melliza de Brenda, eran como el agua y
el aceite. Samanta: pelirroja con ojos como la miel, pelo largo con bucles,
había sacado los genes de los García, era una copia exacta de su madre. Alta,
pelirroja y guapa, había conseguido conquistar a mi hermano.
En cambio Brenda: menudita,
rubia con pelo corto y puntas hacia todos lados, había sacado todo los genes de
los Olivares, la estatura, el color rubio de su pelo, y sus ojos ambarinos, era
la versión femenina de su padre.
—Hola Sam – salude a
mi segunda mejor amiga, a la que difícilmente veía porque no coincidía con ella
en las clases. Me giré hacía mi hermano —. ¿Qué haces aquí grandullón?
—También me alegro
de verte hermanita — contestó sarcástico y fingiendo enojo —, he venido a
recoger a mi chica, y de paso veo a mi hermanita, y a mi hermanita postiza.
—Me alegro de verte
Thomas — dijo Brenda, mientras sacaba las llaves de su Scooter para poder irse
a casa.
—Yo también enana—
soltó a mi cuñada y abrazó a Brenda, alzándola del suelo.
—Thomas bájame, me
estás asfixiando.
Thomas, un niño en
cuerpo de hombre, se le forman unos hoyuelos en sus mejillas cuando sonríe, él
es muy mimoso, dulce y amigable, pero si lastiman a algún miembro de su
familia, incluyendo a Brenda, puede ser atemorizante. Los dos somos iguales,
morenos y con ojos marrón verdosos.
Con un año y medio
más que yo, estaba estudiando Derecho en la universidad, comenzaba su segundo
año y llevaba uno saliendo con mi amiga.
Cuando llegamos a la
ciudad no se fijó en nadie, estaba más pendiente de mí que de cualquier cosa,
pero cuando en el almuerzo, nos sentamos con Brenda, su hermana y algunos
amigos suyos, no pudo quitar sus ojos de la pelirroja, no paró de taladrarme la
cabeza durante días hablando solo y exclusivamente de ella.
Por aquél entonces
ella salía con un chico llamado Daniel Gimeno, que iba al curso de mi hermano,
no me gustaba para nada ese chico, tenía pinta de delincuente. Lo demostró
cuando quiso abusar de mi amiga, no solo él, sino también unos cuantos amigos.
Cuando recuerdo eso se me ponen los pelos como escarpias.
Una
noche salimos a una fiesta de cumpleaños de uno de nuestros compañeros, en
mitad de la fiesta, Samanta desapareció, no le dimos importancia porque estaba
con su novio, pero Brenda comió algo que le había sentado mal, y quería irse a casa.
Mi hermano y yo nos dispusimos a buscar a Sam. Salí al jardín, me dijeron que
la habían visto salir con Dani y unos amigos, lo que nunca me imaginé es lo que
vi minutos después.
Dos
de los amigos la sujetaban, mientras otro la manoseaba, Dani lo alentaba a
seguir, mi amiga estaba llorando, pero no podía gritar porque tenía la boca
tapada, lo primero que se me ocurrió fue salir, pero pensé que yo también era
una chica y podría acabar como ella, así que llamé a mi hermano.
Le
conté lo que había visto, su cara se puso roja de rabia. Sin pensárselo dos
veces se lió a puñetazos con ellos, mientras yo cogía a Samanta y la llevaba
dentro.
—No
puedes dejar a Thomas solo — decía llorando —, son muchos.
—No
subestimes a mi hermano, va a clase de artes marciales. — Respondí intentando
tranquilizarla.
—Gracias
por rescatarme — dijo recomponiéndose, no quería que nadie la viera así, y
mucho menos su hermana.
—Agradéceselo
a Brenda — le dije —, sino hubiera sido porque se siente mal, no te habríamos
buscado.
—¿Qué
le pasó a mi hermana? — la preocupación hizo a un lado al miedo que sentía.
—Debió
comer algo en mal estado.
Thomas
llegó a los quince minutos sin un rasguño en su cuerpo y enseguida se preocupó
por el estado de Samanta.
A partir de ese
momento se hicieron inseparables, hasta que al poco tiempo hicieron pública su
relación.
—¿No vas a darle un
abrazo a tu hermano mayor, Ninfa? — fue el apodo que me puso desde niña.
—Claro que sí,
tontorrón — me lancé a sus brazos y él me levantó tal como lo hizo con Brenda.
—¿Queréis venir con
nosotros a tomar un café? — preguntó Samanta.
—No, gracias, me
marcho a casa a organizar la ropa para la semana y hacer los deberes. — A
Brenda le gustaba la moda, era muy meticulosa con lo que se ponía. Salir de
compras era su mayor afición.
—¿Y tú, Jacqueline?
— preguntó mi hermano.
—Yo también me
marcho a casa, si Brenda no va, me sentiré rara estando con vosotros.
—¿Quiénes son esos?
— preguntó mi hermano señalando a mis espaldas.
Cuando me giré, para
ver a quien podría referirse, lo vi todo rojo, unos celos me recorrieron todo
el cuerpo cuando vi a mi adonis besándose con Amanda, mi archi-enemiga. Me dejó
muy impresionada cuando la soltó y se quedó mirándome con un sentimiento de
culpa en esos hermosos ojos.
Sin despedirme, ni
de mi hermano ni de mis amigas, me dirigí a la parada de metro que estaba
enfrente, como si me persiguiera el diablo, haciendo caso omiso a los gritos de
mi hermano.
Llegué a casa sin
saludar a nadie, subí corriendo a mi habitación, estaba enfadada conmigo misma,
enfadada por al sentir tantos celos por alguien que no era nada para mí, y al
que solo había visto una vez, además no tenía ninguna oportunidad con él.
Una vez dentro, me
eché en mi cama y comencé a llorar, en parte de frustración y en parte de
dolor. Me consumían los celos, sin entender por qué, de ese adonis solo sabía
que era nuevo y se llamaba Nathan. No sé cuánto tiempo llevaba en esa
situación, cuando oí unos leves golpes en mi puerta, la cual tenía cerrada con
llave.
—¿Quién? — grité,
sabiendo que el que estuviera al otro lado de la puerta iba a saber que estaba
llorando.
—Ninfa — dijo mi
hermano con voz afligida —. ¿Qué pasa?, ¿Por qué lloras? Déjame pasar por favor
— se preocupaba por mí, pero yo no estaba de ánimos para aguantar a nadie.
—Thomas, no te metas
en mi vida — le grité, quizás me pasé un poco, pero de verdad no quería ver a
nadie.
—Está bien — dijo
afligido, esto provocó que me sintiera más culpable todavía.
Oí sus pasos bajar
la escalera y yo seguí llenando mi almohada de lágrimas saladas, sin entender
porque me pasaba esto. No sé cuánto tiempo más pasó, ya había oscurecido cuando
mi madre subió para llamarme a cenar, pero lo que menos tenía ahora, era
hambre. Le dije que, por favor, no me molestaran más.
Intenté dormir, pero
fue imposible, tras dos horas de dar vueltas en la cama, me levanté y encendí
mi portátil, revisaría las redes sociales, sobre todo Facebook, había grupos
que compartían libros en PDF y otros grupos donde compartían blogs, donde había
hecho buenas amigas de lugares del mundo distintos, que para mí ya era algo
extraño.
Nada más entrar en
mi muro, me indicaba que tenía una solicitud de amistad, ¿De quién?, Para salir
de dudas la miré, creo que mis ojos no pudieron abrirse más. ¿Amanda?, No podía
creérmelo, me sorprendió que quisiera ser mi amiga, ni siquiera nos
soportábamos. Me vendría bien tenerla agregada, para tenerla vigilada. Lo que
no me esperaba, es lo que me encontré cuando acepté la solicitud, en su
situación sentimental, aparecía como novia de Nathan.
¿Qué
demonios?, Exclamó mi subconsciente, ¿Si se acaban de conocer como pueden ser
novios?
Sentí como de un
momento a otro explotaría, y me saldría humo por las orejas, aunque seguía sin
comprender porque estaba así de celosa si lo acababa de conocer.
Escuché tres golpes
en la puerta, estaba harta de que me molestaran, furiosa como estaba, abrí la
puerta, para encontrarme con la cara estupefacta de mi hermano.
—¿Qué quieres? —
grité enfadada y no sabía con quién.
—Aguanta la
caballería — replicó al ver mi estado —, mamá me ha obligado a que te traiga la
cena — me tendió una bandeja —, y me ha dicho que no acepta un no por
respuesta.
—Está bien, gracias
— cogí la bandeja, aunque no tenía mucha hambre.
Mi hermano
desapareció, antes de que le volviera a gritar o le tirara la bandeja en la
cabeza, con o sin razón estaba dispuesta a hacerlo, y más después de lo que
acababa de ver. Intenté serenarme, me obligué a comer lo que me habían traído y
tras dejar la bandeja en mi escritorio, fui a darme una ducha de agua caliente,
necesitaba relajar mis músculos. Cuando salí, me puse el pijama y me acosté,
aunque no sé si fue buena idea, mi subconsciente me jugó una mala pasada.
Estaba
en el instituto, en la cafetería para ser más exactos. Nathan estaba a mi lado,
llenándome de besos y palabras de amor, todo era tan romántico que parecía que
estuviéramos en una burbuja.
De
pronto entró Amanda seguida por todas sus amigas, y miró seductoramente a mi
chico, mi ira estaba empezando a aparecer, pero me contuve porque no quería montar
un escándalo.
Sin
previo aviso, Nathan se levantó separándose de mí, y con paso decidido se
acercó hasta ella, la cogió por la cintura, sin dejar ni un mísero milímetro
entre ambos cuerpos y le dio un beso en la boca. Me quedé con cara de póquer,
toda la cafetería paseaba su mirada de ellos a mí, y estaban comenzando a
murmurar, yo rompí en llanto y el instituto en pleno comenzó a reírse de mí.
—Jacqueline
— me llamó Nathan —, tengo que confesarte que todo este tiempo, te he sido
infiel con Amanda, no te amo. La amo a ella, además ella me da lo que tú no me
das.
—Eres
una monjita, que por no querer follar con Nathan, tienes más cuernos que el
padre de Bambi. — Se burló Amanda.
—No
soy tan puta como tú –—dije entre lágrimas —, que levantas la excusa de falda,
al primero que pasa por tu lado.
—Bueno,
mira que bien me salió entonces eso, porque me he quedado el premio gordo.
—Así
se habla nena, vamos, no vale la pena perder el tiempo con gente como ella. —
Dijo Nathan cogiéndola de la cintura, y se la llevó a su mesa.
Toda
la cafetería estalló en sonoras carcajadas, menos Sam y Brenda, que me miraban
con lástima y culpabilidad, al parecer ellas lo sabían y no me habían dicho
nada. Solté un grito de frustración, que causó que me despertara sobresaltada
por mi propio grito.
Cuando abrí los
ojos, la puerta de mi habitación se abrió de par en par, causando un estrépito
que me sobresaltó nuevamente.
—¿Estás bien? — me
preguntaron tres pares de ojos.
—Sí, solo ha sido un
sueño — dije, tragándome las lágrimas que querían salir, para no preocuparlos
el doble.
—¿Seguro, cielo? —
me preguntó mamá —. Estás empapada.
—Que sí, solo tengo
calor.
Conseguí que
salieran de mi cuarto, por poco tuve que echarlos a patadas. Intenté volver a
dormir, pero ya me fue imposible, miré el reloj, solo faltaba una hora para que
sonara la alarma. Decidí levantarme y darme una ducha. ¿Qué me estaba pasando
con este chico?, ¿Qué estaba haciendo conmigo?
Tras ponerme los
primeros vaqueros que saqué del vestidor, y la camiseta más ajustada que
encontré, me puse mis converse y bajé con mi mochila a desayunar. Solo estaba
mi hermano, deduje que mis padres ya habían salido a sus respectivos trabajos.
Mi hermano, tras
dedicarme un seco “buenos días”, salió de casa, iba en busca de Samanta, como todos
los días. A mí me tocaba coger el transporte público.
Salí minutos
después, dirigiéndome a la estación de metro, escuchando música en mi móvil,
pero pensando en mis cosas, tan concentrada en eso que no me fije en las
canciones. En el instituto, solté un gran suspiro cuando un Audi negro no me
dejó cruzar la calle, aun teniendo yo la preferencia.
—Genial — gruñí —.
¿Dónde se ha sacado éste el carnet de conducir? ¿En la tómbola?
Solté un largo
suspiro, el día comenzaba fantástico, nótese el sarcasmo. De la puerta abierta
del coche asomó una cabeza castaña, y sin que se diera la vuelta sabía quién
era, no se puede olvidar. La puerta del copiloto también se abrió, retuve el
aire, preguntándome quien vendría con él.
No era Amanda, menos
mal, aunque daba igual, al fin y al cabo era lo más lógico porque si ellos eran
novios, solté el aire contenido, por no sé cuantas veces ya en lo que llevaba
de día, seguía sin entender mi reacción ante un chico al que no conocía de
nada. El chico que llamó a mi adonis en el pasillo el otro día, y del que no
sabía su nombre, se bajó del coche. Brenda se acercó corriendo, más bien dando
saltitos, a mí.
—Jacqueline, buenos
días — gritó a pesar que estaba a mi lado —, aunque tú no tienes muy buena cara
que digamos.
—Primero: no grites
que estoy a tu lado — respondí —, segundo: buenos días para ti también, y
tercero: no he tenido muy buena noche.
—¿Una pesadilla? —
preguntó de nuevo-
—Casi – respondí
mirando disimuladamente al nuevo —. ¿Y tú?
—Genial — siguió mi
mirada y soltó un suspiro.
—Puedo imaginarme el
motivo — dije riéndome —. Por cierto, ¿Cómo se llama?
—No lo sé.
Raro que mi amiga no
supiera su nombre. Sin darme tiempo a asimilar lo que iba a hacer, me cogió la
mano y me llevó a rastras hasta Nathan y su hermano.
—Hola, somos
Jacqueline y Brenda —nos presentó mi amiga señalándonos —. ¿Tú eres el hermano
de Nathan?
—Encantado, soy
Andrew, y sí, soy el hermano de Nathan — respondió dándonos un par de besos a
cada una —. ¡Nathan! — le gritó a su hermano, que estaba con el teléfono en la
mano, seguramente escribiéndose con Amanda —. Deja el móvil y ven un momento.
De mala gana,
aceptó, y se acercó a nosotras, yo puse los ojos en blanco, ni que fuéramos la
peor escoria del planeta.
—Ellas son Brenda y
Jacqueline — nos presentó.
—Encantada. — Mi
amiga como siempre tan efusiva se lanzó a darle un par de besos, dejando a
Nathan sorprendido.
—Igualmente — dije.
Brenda me apremiaba a que le diera dos besos yo también.
A regañadientes
acepté cuando me acerqué a su rostro noté su barba incipiente y una descarga
eléctrica que me recorrió de pies a cabeza, él también debió sentir algo,
cuando me separé tenía los ojos abiertos como platos.
Sonó el timbre para
entrar en clase, íbamos tarde, por lo que entramos los cuatro corriendo. Cada
uno tomó un camino diferente para llegar a su clase correspondiente. Mi primera
clase era matemáticas, y no me estaba enterando de nada de lo que decía el
profesor, menos mal que era buena con los números. Mis pensamientos vagaban en
la sensación que sentí cuando besé a Nathan en el estacionamiento, fue algo
mágico, pero no tenía que olvidar que él era novio de Amanda, y yo no soy de
las que rompen relaciones porque sí. Había sido tan extraño, que no dejaba de
dar vueltas en mi cabeza.
Por fin llegó la
hora del descanso, cuando salí de clase de Inglés, con Brenda pegada a mis
talones, nos dirigimos a la cafetería, sabía que me estaba hablando de Andrew,
pero no le estaba prestando atención, mi cabecita seguía dándole vueltas a lo
que había pasado con Nathan. ¿Qué me había hecho?
—Jacqueline, ¿Te
estás enterando de algo de lo que te he dicho? — preguntó Brenda fingiendo
enfado.
—Lo siento, no — le
hice mi mejor pucherito, al que sé que no se podría resistir —. Estaba pensando
en el trabajo de Historia.
Una vocecita dentro
de mi cabeza, estaba gritándome, “Mentirosa, mentirosa” mientras se paseaba,
luciendo un cartel de luz de neón violeta con la palabra y en mayúsculas, para
que se viera más.
—Me he dado cuenta.
Te he hecho un monólogo de Andrew y ni me has callado.
—Perdón, ¿Decías?
—Que está como un
tren, y quiero ser su maquinista.
—Brenda, no puedes
tener esos pensamientos a estas horas. — Me escandalicé.
Vale, no éramos unas
santas, pero pensar en esas cosas, y expresarlas en voz alta en medio del
pasillo del instituto, era una cosa muy diferente.
—Bueno, lo que
digas, pero no me importaría perderme con él en cualquier rincón y manosearnos.
—No sigas por ahí —
le amenacé —, me ha quedado claro lo que sientes por Andrew, no está mal, pero
no es mi tipo.
—No, claro que no es
tu tipo — rió —, el tuyo es Nathan.
Me paré en mitad del
pasillo mientras el resto de estudiantes me rebasaban de camino a la cafetería.
¿Tan obvio era que sentía algo por Nathan? No podía ser, ni siquiera yo sabía
lo que sentía, ¿Pero entonces como lo había sabido?
—Amiga, se te nota a
leguas que bebes los vientos por él — no me quedó más remedio que asentir —,
tranquila, yo estoy enamorada de Andrew.
—No me había dado
cuenta — dije con sarcasmo —. Brenda, llevas veinte minutos hablándome de él
sin parar.
—Y tú no me has
hecho caso, además, no seas exagerada que no ha pasado tanto tiempo.
—Ya te he perdido
perdón.
—Lo sé — me dijo con
cara risueña, lo que indicaba que se avecinaba alguna pregunta interesante para
ella, embarazosa para mí —. ¿Desde cuándo Nathan te trae loquita?
No sabía que
responder, puede que sintiera algo cuando me lo tragué en el pasillo, pero lo
que pasó esta mañana, no tenía nombre. Le transmití mis pensamientos a mi
amiga, que solo le faltaba dar vueltas a mí alrededor.
Entramos a la
cafetería, y en la mesa que siempre ocupábamos, se encontraba Sam con Myriam,
Miguel, Noelia, Bruno y Raúl, el resto de amigos. Mientras cogíamos nuestra
comida, observé que en la mesa de Amanda se encontraban Andrew y Nathan, me
comían los celos. ¿Qué esperabas, Jacqueline si son novios?¿Qué se sentara
en tu mesa? Cállate maldita vocecita.
—A mi hermana le
falta Thomas aquí — ambas miramos a Sam, no tenía el mismo brillo que cuando mi
hermano estudiaba con nosotros —, no podían quitarse las manos de encima.
—Llevan igual desde
que comenzaron a salir.
Nos estábamos
acercando a la mesa
—Hace ya un año,
¿No? — asentí —. Eran empalagosos, no podían dejar de tocarse.
—Bueno ahora también
lo hacen.
—En el fondo me dan
un poco de envidia — cuando nos quedaban apenas unos pasos para llegar a
nuestra mesa, Brenda se quedó paralizada y a punto estuvo de caerle la bandeja
—. ¿Qué hacen los Walker en la mesa de las putifar? — giré mi cabeza en esa
dirección, ya los había visto —, y lo que es más fuerte y peor ¿Qué hace Maya
tan cerca de Andrew?
—Creo que alguien
tiene celos — dije riendo.
—Tú también deberías
tenerlos, Amanda está devorándose a Nathan.
—Son novios. —
Admití con pesar.
Ella me miró con
ganas de que le explicara, después de llegar a la mesa, y tras saludar a los
presentes le expliqué a Brenda, todo lo ocurrido desde el primer día que los
conocimos: como besó a Amanda al terminar las clases el primer día, cuando me
llegó la solicitud de amistad, haciendo que ella se sorprendiera, su cara debía
ser la misma que yo puse.
—Nathan no pierde el
tiempo — dijo Brenda, tan alto que todos la escucharon.
—¿Qué pasa con
Nathan? — preguntó Samanta, cuando nos sentamos a su lado.
—Que apenas llevaba
aquí unas horas y ya estaba saliendo con Amanda — dijo Brenda —, el problema es
que a Jacqueline — me había nombrado, tenía que hacerla callar, para ello le
pegué un pisotón por debajo de la mesa, pegó un grito y se quedó mirándome —,
me has pisado.
—Ups, perdón — dije
haciéndome la desentendida, intentando cambiar el rumbo de la conversación.
—Brenda, ¿qué ibas a
decir de mi cuñada? — odiaba a Thomas, le pedía a Sam, todo el reporte de lo
que hacía, incluso cuando él ya no estaba, me mantenía vigilada.
—Esto…yo... —
balbuceó Brenda, acababa de darse cuenta del motivo del pisotón —, perdón tengo
que irme. — Y sin más, salió corriendo de la cafetería. Y ahora me tocaba salir
a mí del lío donde me había metido Brenda.
—¿Qué le pasa a mi
hermana? — preguntó Samanta, yo me encogí de hombros a modo de respuesta —. ¿Y
a ti?
—A mí nada.
—Antes de salir como
alma que lleva el diablo, te ha mencionado, ¿Cuál es el problema?
—Ninguno. Solo que
Amanda me ha mandado solicitud de amistad.
Se pasó la hora del
almuerzo y teníamos que volver a clases. Mientras iba de salida escuché
alboroto, me giré para ver de dónde provenía, y no me sorprendí cuando observé
que los gritos venían de la mesa de las putifar. Amanda estaba enfurecida, mi
mandíbula cayó hasta el suelo cuando, sin ton ni son, le dio una cachetada a
Nathan.
Sin darme tiempo a
reaccionar, buscó algo o a alguien. Sus ojos grises se fijaron en mí, estaba en
problemas y no sabía porque motivo, desearía que el sobre protector de mi
hermano estuviera aquí. Con grandes zancadas, se acercó hasta mí. Tragué duro,
no iba a dejar que me humillara.
—¿Puedo ayudarte en
algo? — le pregunté intentando aparentar tranquilidad.
—Me ayudarías mucho
más si desaparecieras de la faz de la tierra.
Me encontraba
estupefacta por lo que había dicho. Yo no tenía culpa de nada.
—Mira ricura, tienes
suerte que soy una persona tranquila, porque si no...
—¿Sino, qué? Todo lo
que tocas lo destruyes — ahora vendrían las lágrimas de cocodrilo, de mayor
debería ser actriz, sin poder evitarlo estallé en carcajadas —. Idiota.
Soltó un grito de
frustración y vi como levantaba su mano, directa a estamparse en mi cara. La
mano cada vez estaba más cerca, me estaba preparando para el dolor, estuve
esperando un dolor que no llegó, abrí los ojos, como todo cobarde los había
cerrado, vi a Nathan sujetando la mano de Amanda, ella lo miraba con odio,
primero a él y luego a mí, estaba acostumbrada a esas miradas por su parte, así
que hice oídos sordos. La rubia salió con dignidad, o al menos, con lo que le
quedaba de ella, con su séquito pisándole los talones.
Andrew ahuyentó a
los estudiantes que se habían congregado a nuestro alrededor para presenciar la
“pelea de gatas” para luego desaparecer discretamente.
—¿Estás bien? —
peguntó Nathan preocupado.
—Sí — me perdí en sus
ojos, pensé —. ¿Y tú?
—He estado mejor.
Nos quedamos en un
silencio cómodo mientras salíamos de la cafetería derechitos a nuestra próxima
clase, Biología.
—Si no es
indiscreción, ¿Por qué te ha pegado Amanda?
—He roto con ella.
—Si solo lleváis
tres días, ¿Tan pronto te cansas de las mujeres? — dije molesta.
—Llevamos juntos un
año y medio.
¿Ha
dicho un año y medio?, Sí idiota, la vocecita de mi conciencia hace acto de
presencia cuando menos se la necesitaba. Debía tener cara de
póquer, a Nathan no le quedó más remedio que continuar con su explicación.
—Nos conocimos hace
tres años, nuestros padres tienen negocios juntos. Mi padre nos transfirió de
instituto, en parte porque este es uno de los mejores institutos privados, y
además están las hermanas Alpuente.
—Amanda y Maya — él
asintió —. ¿Pero...?
—Yo empecé una
relación con Amanda, las conocíamos desde hace tres años, pero no fue hasta
hace año y medio que coincidí con ellas en una fiesta. Me líe con Amanda,
tuvimos sexo y comenzamos a salir. Maya siempre ha estado colada de Andrew, que
no sabe qué hacer para librarse de ella.
—¿Y por qué habéis
roto? Si puede saberse claro… — esperaba que me lo contara, para saber que le
había hecho.
—Me gusta otra chica
— le brillaban los ojos cuando me respondió, una punzada de celos se instaló en
mi pecho, como me gustaría ser yo esa chica —, ella despierta sentimientos y
sensaciones que no me ha pasado con Amanda, o con cualquiera de mis otras
novias.
Puse los ojos en
blanco.
—¿Y tú me vas a
decir que le hiciste para que te tenga tanto rencor? — preguntó dejándome
sorprendida.
—No te entiendo.
—Quiere que
desaparezcas de la faz de la tierra, y dijo que todo lo que tocas lo destruyes
— explicó, recordando las palabras que había dicho Amanda —, eso no suele
decirse si quieres y aprecias a alguien.
—Digamos que no
somos buenas amigas — respondí con evasivas no quería contarle mi historial de
enemistad con Amanda.
—Lo he notado. Anda,
cuéntame.
—Es complicado.
—Soy todo oídos — me
respondió con una sonrisa
Durante la hora de
biología, que no estábamos dando clase porque el profesor Rivera no había
venido, le conté mi larga historia con Amanda.
Nos conocíamos desde
primaria, ella había vivido en Illescas hasta que empezó secundaria, sus padres
estaban separados y su madre se retiró a una ciudad menos concurrida con sus
dos hijas, durante esa época yo ganaba todas las gratificaciones, y claro, eso
a ella le sentaba como una patada en el trasero, su padre le decía que tenía
que ser la mejor en todo.
También le quité un
novio, si en primaria se le puede llamar así, Josué siempre estaba babeando
literalmente tras de ella, pero ella nunca le hizo caso, yo sin quererlo ni
beberlo, terminé siendo su novia, eso la enfureció, lo que a ella le gustaba es
que fueran detrás de ella mendigando por su amor.
En las funciones
escolares yo siempre conseguía los papeles principales, por tanto, también
estaba enojada conmigo por eso, según ella, yo no estaba cualificada para
representar los papeles principales.
Cuando comenzó la
etapa de secundaria, ella se marchó de Illescas para venir a vivir con su
padre, dijo que estaba harta de aquél lúgubre pueblo donde no había nada. Nunca
supe nada más de ella, al poco tiempo su madre también se vino a vivir a
Barcelona para estar más cerca de sus hijas.
En este instituto,
ella era la chica popular, todas querían ser su amiga y parecerse a ella. Al
hacerme amiga de Brenda, me enteré que Amanda, siempre había querido ser amiga
de las hermanas Olivares, solo porque le interesaba la posición social que
ellas ostentaban, dado los negocios del señor Olivares.
—Entonces, desde mi
primer día de clases hace dos años, pasé a ser el centro de atención, aunque no
estaba muy cómoda.
—Debió de dolerle
que una recién llegada consiguiera en un día lo que ella llevaba años
intentando — dijo sin ninguna emoción en la voz —, ella es demasiado ególatra,
y quiere que todo se haga como ella quiere.
—Bueno, tengo que
reconocer que yo no soy una santa. Me hizo una muy gorda que no te voy a contar
hoy, pero yo me la cobré.
—Jacqueline, me das
miedo — dijo serio, luego algo emocionado añadió —. Adelántame algo de lo que
hiciste.
—Prácticamente me
pilló manteniendo relaciones con su novio, bueno, nos pilló toda la escuela,
obviamente porque yo quise.
—¿Me quieres decir,
que todo el mundo supo que llevaba unos cuernos más grandes que los alces? — yo
asentí y el río —. No creas que después de esto se me va a olvidar preguntarte
que te hizo.
—Y tú no te rías,
porque también llevas esos cuernos. — Su cara de póquer me lo dijo todo. Había
metido la pata, pero que le iba a hacer, ahora la piedra ya estaba lanzada no
podía esconder la mano —. Durante este último año, ha estado por los baños y
los rincones del instituto, metiéndose mano, y lo que no son manos, con un
alumno.
Terminé de contarle
la historia, Nathan Walker era un cornudo, claro que solo lo sabíamos ella y,
ahora, yo. Se me escaparon unas lágrimas, que resbalaron por mis mejillas, al
recodar esta parte de la historia.
Siento tal congoja
cada vez que me acuerdo de Fran, me siento demasiado culpable. Tuvieron que
cambiarle de colegio tras superar su intento de suicidio, en mi afán de
vengarme de Amanda, me llevé por delante al chico más risueño que he conocido
en toda mi existencia. Realmente, que él intentara suicidarse no fue causa
directa mía, pero él sufrió las consecuencias, ya que Amanda se las hizo pasar
canutas, hasta llevarlo a cometer esa locura. A día de hoy, voy a visitarlo a
su casa, siempre que puedo.
—Esa es mi historia,
y por eso ella me odia tanto, no logró superar que alguien estuviera por encima
de ella.
—Menos mal que he
terminado con ella — un estremecimiento surcó su cuerpo —. ¿Me contarás lo que
ella le hizo a Fran para que le llevara a eso?
—Algún día, pero no
hoy.