Mis novelas

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sábado, 10 de diciembre de 2016

Esperando lo inesperado. Capitulo 1

Antes de ayer traje el primer capitulo de mi primera historia, hoy quiero dejaros el primero de mi segunda novela.


Los nuevos

Lunes por la mañana, hoy es el primer día de clase de nuestro último año de instituto, es uno de Septiembre, para ser más exactos. Mientras bajaba del coche de mi madre, vi la entrada colapsada por estudiantes de buen humor, no lograba ver nada, pero al parecer todos estaban interesados en algo que estaba ocurriendo ahí mismo.
Brenda Olivares, mi mejor amiga, apareció a mi lado, venía impresionada, y eso es algo muy extraño en ella, porque pocas cosas conseguían impresionarla. Venía de la entrada, la cara que traía la vi por primera vez hace dos años, cuando mi hermano y yo cruzamos las puertas del instituto, tras mudarnos desde Illescas a Barcelona.
Cuando nos mudamos, por suerte fue mucho antes de empezar las clases, y eso nos sirvió para habituarnos a la ciudad así como acomodarnos en nuestro humilde hogar. Nuestra casa era enorme, mucho más que la que teníamos en Illescas, aquella solo contaba con el salón comedor, la pequeña cocina, un aseo y un mini despacho en la planta baja, y en la parte de arriba tres habitaciones, la principal con baño. A mí me tocaba compartir baño con mi hermano, y no fue agradable.
Mi nuevo hogar, contaba con tres alturas. En la planta baja: la sala, el comedor, un aseo, una gran cocina, y un despacho grande, donde estaba integrada la biblioteca.
En la primera planta, la habitación principal, con su baño correspondiente, y dos habitaciones más para invitados, que también contaba cada una con su baño. Y en la segunda planta: mi habitación y la de mi hermano, cada una con su vestidor y su baño. Además en esta planta teníamos también la sala de entretenimiento, donde teníamos un futbolín, una mesa de billar y la consola.
Mi amiga venía hacía mí con una sonrisa.
—Buenos días Jacqueline – dijo cuando estaba a escasos metros de mí —. ¿Cómo estás?
—Buenos días Brenda. Tan bien como se puede estar el primer día de clase después de las vacaciones — saludé dándole un abrazo y un beso en la mejilla —. ¿Qué pasa ahí?
—Son los chicos nuevos, los Walker — dijo algo entusiasmada —. ¿Quieres que vayamos a ver?
—No. Brenda, sabes que no me van los chismes, seguro que ahora son el juguete nuevo.
Dicho esto me dirigí a secretaría, para recoger mi horario, tenía todas las asignaturas con mi mejor amiga, excepto las optativas y las matemáticas, así que nos sentaríamos juntas como años anteriores.
Dado que no soy conocida por hacer amigos, ella fue la única que dos años atrás consiguió acercarse a mí, y desde entonces nos hicimos amigas inseparables.
Comencé mi mañana tranquila, a pesar del alboroto que se había formado en el estacionamiento. Todo el instituto estaba algo revolucionado, lo que solía pasar siempre que alguien nuevo llegaba. A la hora del almuerzo no fui a la cafetería.
Me salté la clase de biología, me tocaba compartirla con uno de los nuevos y sabía que nadie se iba a interesar por la clase, decidí adelantar las tareas que habían puesto algunos profesores, venían dando caña desde el primer día, algo entendible teniendo en cuenta que de este curso dependía nuestra entrada a la universidad.
Cuando sonó el timbre de salida, recogí mis libros saliendo de la biblioteca. Caminé hacia la salida de ese edificio que se convertiría en mi cárcel durante nueve meses, nueve largos e interminables meses. Tan concentrada iba caminando por los pasillos, que no me di cuenta que otra persona venía en contra dirección, hasta que choque con ella.
No llegué al suelo, porque justo antes de caer unos brazos me sujetaron. Cuando miré su rostro, creí haber muerto, era el hombre más guapo que había visto en toda mi vida.
Su pelo castaño claro, con matices cobrizos y algo rebelde, sus ojos azul grisáceos que, además de tenerme idiotizada, reflejaban la diversión que le producía esta situación, y sus labios carnosos que me incitaban a besarlo, con una eterna sonrisa que quitaba el sentido.
No tenía nada que envidiar a un Dios griego, además de guapo, tenía un cuerpo de infarto, se notaba que hacía ejercicio, porque tenía los músculos fuertes, aunque, no muy exagerados, y que se le marcaban en la camiseta que llevaba.
—Eh, per-perdón — balbuceé, y mis mejillas se tiñeron de un tono rosado.
—¿Estás bien? —oh Dios mío, solo pude asentir al oír su voz. Quiso añadir algo más pero un chico, muy parecido a él, le interrumpió.
—Vamos, Nathan, nos están esperando — dijo. Aquél chico tenía el mismo pelo rebelde, pero con la diferencia que su pelo era más oscuro y con destellos rojizos a la luz, además sus ojos eran verdes.
En ese momento Brenda venía en mi búsqueda, y yo seguía mirando como una idiota a esos dos dioses que tenía delante.
—Jacqueline, vamos, nos está esperando Sam, está con... —  no pudo continuar, se quedó hipnotizada con el muchacho que había llamado a mi adonis.
—Vamos — dije arrastrándola hacia la salida.
Los dos chicos se marcharon en la otra dirección, supongo que iban a entregar algún documento a secretaría, y cuando salimos del edificio, apoyados en el BMW de mi hermano, él y Samanta, nos estaban esperando.
Sam, como solíamos llamarla para abreviar, era la hermana melliza de Brenda, eran como el agua y el aceite. Samanta: pelirroja con ojos como la miel, pelo largo con bucles, había sacado los genes de los García, era una copia exacta de su madre. Alta, pelirroja y guapa, había conseguido conquistar a mi hermano.
En cambio Brenda: menudita, rubia con pelo corto y puntas hacia todos lados, había sacado todo los genes de los Olivares, la estatura, el color rubio de su pelo, y sus ojos ambarinos, era la versión femenina de su padre.
—Hola Sam – salude a mi segunda mejor amiga, a la que difícilmente veía porque no coincidía con ella en las clases. Me giré hacía mi hermano —. ¿Qué haces aquí grandullón?
—También me alegro de verte hermanita — contestó sarcástico y fingiendo enojo —, he venido a recoger a mi chica, y de paso veo a mi hermanita, y a mi hermanita postiza.
—Me alegro de verte Thomas — dijo Brenda, mientras sacaba las llaves de su Scooter para poder irse a casa.
—Yo también enana— soltó a mi cuñada y abrazó a Brenda, alzándola del suelo.
—Thomas bájame, me estás asfixiando.
Thomas, un niño en cuerpo de hombre, se le forman unos hoyuelos en sus mejillas cuando sonríe, él es muy mimoso, dulce y amigable, pero si lastiman a algún miembro de su familia, incluyendo a Brenda, puede ser atemorizante. Los dos somos iguales, morenos y con ojos marrón verdosos.
Con un año y medio más que yo, estaba estudiando Derecho en la universidad, comenzaba su segundo año y llevaba uno saliendo con mi amiga.
Cuando llegamos a la ciudad no se fijó en nadie, estaba más pendiente de mí que de cualquier cosa, pero cuando en el almuerzo, nos sentamos con Brenda, su hermana y algunos amigos suyos, no pudo quitar sus ojos de la pelirroja, no paró de taladrarme la cabeza durante días hablando solo y exclusivamente de ella.
Por aquél entonces ella salía con un chico llamado Daniel Gimeno, que iba al curso de mi hermano, no me gustaba para nada ese chico, tenía pinta de delincuente. Lo demostró cuando quiso abusar de mi amiga, no solo él, sino también unos cuantos amigos. Cuando recuerdo eso se me ponen los pelos como escarpias.
Una noche salimos a una fiesta de cumpleaños de uno de nuestros compañeros, en mitad de la fiesta, Samanta desapareció, no le dimos importancia porque estaba con su novio, pero Brenda comió algo que le había sentado mal, y quería irse a casa. Mi hermano y yo nos dispusimos a buscar a Sam. Salí al jardín, me dijeron que la habían visto salir con Dani y unos amigos, lo que nunca me imaginé es lo que vi minutos después.
Dos de los amigos la sujetaban, mientras otro la manoseaba, Dani lo alentaba a seguir, mi amiga estaba llorando, pero no podía gritar porque tenía la boca tapada, lo primero que se me ocurrió fue salir, pero pensé que yo también era una chica y podría acabar como ella, así que llamé a mi hermano.
Le conté lo que había visto, su cara se puso roja de rabia. Sin pensárselo dos veces se lió a puñetazos con ellos, mientras yo cogía a Samanta y la llevaba dentro.
—No puedes dejar a Thomas solo — decía llorando —, son muchos.
—No subestimes a mi hermano, va a clase de artes marciales. — Respondí intentando tranquilizarla.
—Gracias por rescatarme — dijo recomponiéndose, no quería que nadie la viera así, y mucho menos su hermana.
—Agradéceselo a Brenda — le dije —, sino hubiera sido porque se siente mal, no te habríamos buscado.
—¿Qué le pasó a mi hermana? — la preocupación hizo a un lado al miedo que sentía.
—Debió comer algo en mal estado.
Thomas llegó a los quince minutos sin un rasguño en su cuerpo y enseguida se preocupó por el estado de Samanta.
A partir de ese momento se hicieron inseparables, hasta que al poco tiempo hicieron pública su relación.
—¿No vas a darle un abrazo a tu hermano mayor, Ninfa? — fue el apodo que me puso desde niña.
—Claro que sí, tontorrón — me lancé a sus brazos y él me levantó tal como lo hizo con Brenda.
—¿Queréis venir con nosotros a tomar un café? — preguntó Samanta.
—No, gracias, me marcho a casa a organizar la ropa para la semana y hacer los deberes. — A Brenda le gustaba la moda, era muy meticulosa con lo que se ponía. Salir de compras era su mayor afición.
—¿Y tú, Jacqueline? — preguntó mi hermano.
—Yo también me marcho a casa, si Brenda no va, me sentiré rara estando con vosotros.
—¿Quiénes son esos? — preguntó mi hermano señalando a mis espaldas.
Cuando me giré, para ver a quien podría referirse, lo vi todo rojo, unos celos me recorrieron todo el cuerpo cuando vi a mi adonis besándose con Amanda, mi archi-enemiga. Me dejó muy impresionada cuando la soltó y se quedó mirándome con un sentimiento de culpa en esos hermosos ojos.
Sin despedirme, ni de mi hermano ni de mis amigas, me dirigí a la parada de metro que estaba enfrente, como si me persiguiera el diablo, haciendo caso omiso a los gritos de mi hermano.
Llegué a casa sin saludar a nadie, subí corriendo a mi habitación, estaba enfadada conmigo misma, enfadada por al sentir tantos celos por alguien que no era nada para mí, y al que solo había visto una vez, además no tenía ninguna oportunidad con él.
Una vez dentro, me eché en mi cama y comencé a llorar, en parte de frustración y en parte de dolor. Me consumían los celos, sin entender por qué, de ese adonis solo sabía que era nuevo y se llamaba Nathan. No sé cuánto tiempo llevaba en esa situación, cuando oí unos leves golpes en mi puerta, la cual tenía cerrada con llave.
—¿Quién? — grité, sabiendo que el que estuviera al otro lado de la puerta iba a saber que estaba llorando.
—Ninfa — dijo mi hermano con voz afligida —. ¿Qué pasa?, ¿Por qué lloras? Déjame pasar por favor — se preocupaba por mí, pero yo no estaba de ánimos para aguantar a nadie.
—Thomas, no te metas en mi vida — le grité, quizás me pasé un poco, pero de verdad no quería ver a nadie.
—Está bien — dijo afligido, esto provocó que me sintiera más culpable todavía.
Oí sus pasos bajar la escalera y yo seguí llenando mi almohada de lágrimas saladas, sin entender porque me pasaba esto. No sé cuánto tiempo más pasó, ya había oscurecido cuando mi madre subió para llamarme a cenar, pero lo que menos tenía ahora, era hambre. Le dije que, por favor, no me molestaran más.
Intenté dormir, pero fue imposible, tras dos horas de dar vueltas en la cama, me levanté y encendí mi portátil, revisaría las redes sociales, sobre todo Facebook, había grupos que compartían libros en PDF y otros grupos donde compartían blogs, donde había hecho buenas amigas de lugares del mundo distintos, que para mí ya era algo extraño.
Nada más entrar en mi muro, me indicaba que tenía una solicitud de amistad, ¿De quién?, Para salir de dudas la miré, creo que mis ojos no pudieron abrirse más. ¿Amanda?, No podía creérmelo, me sorprendió que quisiera ser mi amiga, ni siquiera nos soportábamos. Me vendría bien tenerla agregada, para tenerla vigilada. Lo que no me esperaba, es lo que me encontré cuando acepté la solicitud, en su situación sentimental, aparecía como novia de Nathan.
¿Qué demonios?, Exclamó mi subconsciente, ¿Si se acaban de conocer como pueden ser novios?
Sentí como de un momento a otro explotaría, y me saldría humo por las orejas, aunque seguía sin comprender porque estaba así de celosa si lo acababa de conocer.
Escuché tres golpes en la puerta, estaba harta de que me molestaran, furiosa como estaba, abrí la puerta, para encontrarme con la cara estupefacta de mi hermano.
—¿Qué quieres? — grité enfadada y no sabía con quién.
—Aguanta la caballería — replicó al ver mi estado —, mamá me ha obligado a que te traiga la cena — me tendió una bandeja —, y me ha dicho que no acepta un no por respuesta.
—Está bien, gracias — cogí la bandeja, aunque no tenía mucha hambre.
Mi hermano desapareció, antes de que le volviera a gritar o le tirara la bandeja en la cabeza, con o sin razón estaba dispuesta a hacerlo, y más después de lo que acababa de ver. Intenté serenarme, me obligué a comer lo que me habían traído y tras dejar la bandeja en mi escritorio, fui a darme una ducha de agua caliente, necesitaba relajar mis músculos. Cuando salí, me puse el pijama y me acosté, aunque no sé si fue buena idea, mi subconsciente me jugó una mala pasada.
Estaba en el instituto, en la cafetería para ser más exactos. Nathan estaba a mi lado, llenándome de besos y palabras de amor, todo era tan romántico que parecía que estuviéramos en una burbuja.
De pronto entró Amanda seguida por todas sus amigas, y miró seductoramente a mi chico, mi ira estaba empezando a aparecer, pero me contuve porque no quería montar un escándalo.
Sin previo aviso, Nathan se levantó separándose de mí, y con paso decidido se acercó hasta ella, la cogió por la cintura, sin dejar ni un mísero milímetro entre ambos cuerpos y le dio un beso en la boca. Me quedé con cara de póquer, toda la cafetería paseaba su mirada de ellos a mí, y estaban comenzando a murmurar, yo rompí en llanto y el instituto en pleno comenzó a reírse de mí.
—Jacqueline — me llamó Nathan —, tengo que confesarte que todo este tiempo, te he sido infiel con Amanda, no te amo. La amo a ella, además ella me da lo que tú no me das.
—Eres una monjita, que por no querer follar con Nathan, tienes más cuernos que el padre de Bambi. — Se burló Amanda.
—No soy tan puta como tú –—dije entre lágrimas —, que levantas la excusa de falda, al primero que pasa por tu lado.
—Bueno, mira que bien me salió entonces eso, porque me he quedado el premio gordo.
—Así se habla nena, vamos, no vale la pena perder el tiempo con gente como ella. — Dijo Nathan cogiéndola de la cintura, y se la llevó a su mesa.
Toda la cafetería estalló en sonoras carcajadas, menos Sam y Brenda, que me miraban con lástima y culpabilidad, al parecer ellas lo sabían y no me habían dicho nada. Solté un grito de frustración, que causó que me despertara sobresaltada por mi propio grito.
Cuando abrí los ojos, la puerta de mi habitación se abrió de par en par, causando un estrépito que me sobresaltó nuevamente.
—¿Estás bien? — me preguntaron tres pares de ojos.
—Sí, solo ha sido un sueño — dije, tragándome las lágrimas que querían salir, para no preocuparlos el doble.
—¿Seguro, cielo? — me preguntó mamá —. Estás empapada.
—Que sí, solo tengo calor.
Conseguí que salieran de mi cuarto, por poco tuve que echarlos a patadas. Intenté volver a dormir, pero ya me fue imposible, miré el reloj, solo faltaba una hora para que sonara la alarma. Decidí levantarme y darme una ducha. ¿Qué me estaba pasando con este chico?, ¿Qué estaba haciendo conmigo?
Tras ponerme los primeros vaqueros que saqué del vestidor, y la camiseta más ajustada que encontré, me puse mis converse y bajé con mi mochila a desayunar. Solo estaba mi hermano, deduje que mis padres ya habían salido a sus respectivos trabajos.
Mi hermano, tras dedicarme un seco “buenos días”, salió de casa, iba en busca de Samanta, como todos los días. A mí me tocaba coger el transporte público.
Salí minutos después, dirigiéndome a la estación de metro, escuchando música en mi móvil, pero pensando en mis cosas, tan concentrada en eso que no me fije en las canciones. En el instituto, solté un gran suspiro cuando un Audi negro no me dejó cruzar la calle, aun teniendo yo la preferencia.
—Genial — gruñí —. ¿Dónde se ha sacado éste el carnet de conducir? ¿En la tómbola?
Solté un largo suspiro, el día comenzaba fantástico, nótese el sarcasmo. De la puerta abierta del coche asomó una cabeza castaña, y sin que se diera la vuelta sabía quién era, no se puede olvidar. La puerta del copiloto también se abrió, retuve el aire, preguntándome quien vendría con él.
No era Amanda, menos mal, aunque daba igual, al fin y al cabo era lo más lógico porque si ellos eran novios, solté el aire contenido, por no sé cuantas veces ya en lo que llevaba de día, seguía sin entender mi reacción ante un chico al que no conocía de nada. El chico que llamó a mi adonis en el pasillo el otro día, y del que no sabía su nombre, se bajó del coche. Brenda se acercó corriendo, más bien dando saltitos, a mí.
—Jacqueline, buenos días — gritó a pesar que estaba a mi lado —, aunque tú no tienes muy buena cara que digamos.
—Primero: no grites que estoy a tu lado — respondí —, segundo: buenos días para ti también, y tercero: no he tenido muy buena noche.
—¿Una pesadilla? — preguntó de nuevo-
—Casi – respondí mirando disimuladamente al nuevo —. ¿Y tú?
—Genial — siguió mi mirada y soltó un suspiro.
—Puedo imaginarme el motivo — dije riéndome —. Por cierto, ¿Cómo se llama?
—No lo sé.
Raro que mi amiga no supiera su nombre. Sin darme tiempo a asimilar lo que iba a hacer, me cogió la mano y me llevó a rastras hasta Nathan y su hermano.
—Hola, somos Jacqueline y Brenda —nos presentó mi amiga señalándonos —. ¿Tú eres el hermano de Nathan?
—Encantado, soy Andrew, y sí, soy el hermano de Nathan — respondió dándonos un par de besos a cada una —. ¡Nathan! — le gritó a su hermano, que estaba con el teléfono en la mano, seguramente escribiéndose con Amanda —. Deja el móvil y ven un momento.
De mala gana, aceptó, y se acercó a nosotras, yo puse los ojos en blanco, ni que fuéramos la peor escoria del planeta.
—Ellas son Brenda y Jacqueline — nos presentó.
—Encantada. — Mi amiga como siempre tan efusiva se lanzó a darle un par de besos, dejando a Nathan sorprendido.
—Igualmente — dije. Brenda me apremiaba a que le diera dos besos yo también.
A regañadientes acepté cuando me acerqué a su rostro noté su barba incipiente y una descarga eléctrica que me recorrió de pies a cabeza, él también debió sentir algo, cuando me separé tenía los ojos abiertos como platos.
Sonó el timbre para entrar en clase, íbamos tarde, por lo que entramos los cuatro corriendo. Cada uno tomó un camino diferente para llegar a su clase correspondiente. Mi primera clase era matemáticas, y no me estaba enterando de nada de lo que decía el profesor, menos mal que era buena con los números. Mis pensamientos vagaban en la sensación que sentí cuando besé a Nathan en el estacionamiento, fue algo mágico, pero no tenía que olvidar que él era novio de Amanda, y yo no soy de las que rompen relaciones porque sí. Había sido tan extraño, que no dejaba de dar vueltas en mi cabeza.
Por fin llegó la hora del descanso, cuando salí de clase de Inglés, con Brenda pegada a mis talones, nos dirigimos a la cafetería, sabía que me estaba hablando de Andrew, pero no le estaba prestando atención, mi cabecita seguía dándole vueltas a lo que había pasado con Nathan. ¿Qué me había hecho?
—Jacqueline, ¿Te estás enterando de algo de lo que te he dicho? — preguntó Brenda fingiendo enfado.
—Lo siento, no — le hice mi mejor pucherito, al que sé que no se podría resistir —. Estaba pensando en el trabajo de Historia.
Una vocecita dentro de mi cabeza, estaba gritándome, “Mentirosa, mentirosa” mientras se paseaba, luciendo un cartel de luz de neón violeta con la palabra y en mayúsculas, para que se viera más.
—Me he dado cuenta. Te he hecho un monólogo de Andrew y ni me has callado.
—Perdón, ¿Decías?
—Que está como un tren, y quiero ser su maquinista.
—Brenda, no puedes tener esos pensamientos a estas horas. — Me escandalicé.
Vale, no éramos unas santas, pero pensar en esas cosas, y expresarlas en voz alta en medio del pasillo del instituto, era una cosa muy diferente.
—Bueno, lo que digas, pero no me importaría perderme con él en cualquier rincón y manosearnos.
—No sigas por ahí — le amenacé —, me ha quedado claro lo que sientes por Andrew, no está mal, pero no es mi tipo.
—No, claro que no es tu tipo — rió —, el tuyo es Nathan.
Me paré en mitad del pasillo mientras el resto de estudiantes me rebasaban de camino a la cafetería. ¿Tan obvio era que sentía algo por Nathan? No podía ser, ni siquiera yo sabía lo que sentía, ¿Pero entonces como lo había sabido?
—Amiga, se te nota a leguas que bebes los vientos por él — no me quedó más remedio que asentir —, tranquila, yo estoy enamorada de Andrew.
—No me había dado cuenta — dije con sarcasmo —. Brenda, llevas veinte minutos hablándome de él sin parar.
—Y tú no me has hecho caso, además, no seas exagerada que no ha pasado tanto tiempo.
—Ya te he perdido perdón.
—Lo sé — me dijo con cara risueña, lo que indicaba que se avecinaba alguna pregunta interesante para ella, embarazosa para mí —. ¿Desde cuándo Nathan te trae loquita?
No sabía que responder, puede que sintiera algo cuando me lo tragué en el pasillo, pero lo que pasó esta mañana, no tenía nombre. Le transmití mis pensamientos a mi amiga, que solo le faltaba dar vueltas a mí alrededor.
Entramos a la cafetería, y en la mesa que siempre ocupábamos, se encontraba Sam con Myriam, Miguel, Noelia, Bruno y Raúl, el resto de amigos. Mientras cogíamos nuestra comida, observé que en la mesa de Amanda se encontraban Andrew y Nathan, me comían los celos. ¿Qué esperabas, Jacqueline si son novios?¿Qué se sentara en tu mesa? Cállate maldita vocecita.
—A mi hermana le falta Thomas aquí — ambas miramos a Sam, no tenía el mismo brillo que cuando mi hermano estudiaba con nosotros —, no podían quitarse las manos de encima.
—Llevan igual desde que comenzaron a salir. 
Nos estábamos acercando a la mesa
—Hace ya un año, ¿No? — asentí —. Eran empalagosos, no podían dejar de tocarse.
—Bueno ahora también lo hacen.
—En el fondo me dan un poco de envidia — cuando nos quedaban apenas unos pasos para llegar a nuestra mesa, Brenda se quedó paralizada y a punto estuvo de caerle la bandeja —. ¿Qué hacen los Walker en la mesa de las putifar? — giré mi cabeza en esa dirección, ya los había visto —, y lo que es más fuerte y peor ¿Qué hace Maya tan cerca de Andrew?
—Creo que alguien tiene celos — dije riendo.
—Tú también deberías tenerlos, Amanda está devorándose a Nathan.
—Son novios. — Admití con pesar.
Ella me miró con ganas de que le explicara, después de llegar a la mesa, y tras saludar a los presentes le expliqué a Brenda, todo lo ocurrido desde el primer día que los conocimos: como besó a Amanda al terminar las clases el primer día, cuando me llegó la solicitud de amistad, haciendo que ella se sorprendiera, su cara debía ser la misma que yo puse.
—Nathan no pierde el tiempo — dijo Brenda, tan alto que todos la escucharon.
—¿Qué pasa con Nathan? — preguntó Samanta, cuando nos sentamos a su lado.
—Que apenas llevaba aquí unas horas y ya estaba saliendo con Amanda — dijo Brenda —, el problema es que a Jacqueline — me había nombrado, tenía que hacerla callar, para ello le pegué un pisotón por debajo de la mesa, pegó un grito y se quedó mirándome —, me has pisado.
—Ups, perdón — dije haciéndome la desentendida, intentando cambiar el rumbo de la conversación.
—Brenda, ¿qué ibas a decir de mi cuñada? — odiaba a Thomas, le pedía a Sam, todo el reporte de lo que hacía, incluso cuando él ya no estaba, me mantenía vigilada.
—Esto…yo... — balbuceó Brenda, acababa de darse cuenta del motivo del pisotón —, perdón tengo que irme. — Y sin más, salió corriendo de la cafetería. Y ahora me tocaba salir a mí del lío donde me había metido Brenda.
—¿Qué le pasa a mi hermana? — preguntó Samanta, yo me encogí de hombros a modo de respuesta —. ¿Y a ti?
—A mí nada.
—Antes de salir como alma que lleva el diablo, te ha mencionado, ¿Cuál es el problema?
—Ninguno. Solo que Amanda me ha mandado solicitud de amistad.
Se pasó la hora del almuerzo y teníamos que volver a clases. Mientras iba de salida escuché alboroto, me giré para ver de dónde provenía, y no me sorprendí cuando observé que los gritos venían de la mesa de las putifar. Amanda estaba enfurecida, mi mandíbula cayó hasta el suelo cuando, sin ton ni son, le dio una cachetada a Nathan.
Sin darme tiempo a reaccionar, buscó algo o a alguien. Sus ojos grises se fijaron en mí, estaba en problemas y no sabía porque motivo, desearía que el sobre protector de mi hermano estuviera aquí. Con grandes zancadas, se acercó hasta mí. Tragué duro, no iba a dejar que me humillara.
—¿Puedo ayudarte en algo? — le pregunté intentando aparentar tranquilidad.
—Me ayudarías mucho más si desaparecieras de la faz de la tierra.
Me encontraba estupefacta por lo que había dicho. Yo no tenía culpa de nada.
—Mira ricura, tienes suerte que soy una persona tranquila, porque si no...
—¿Sino, qué? Todo lo que tocas lo destruyes — ahora vendrían las lágrimas de cocodrilo, de mayor debería ser actriz, sin poder evitarlo estallé en carcajadas —. Idiota.
Soltó un grito de frustración y vi como levantaba su mano, directa a estamparse en mi cara. La mano cada vez estaba más cerca, me estaba preparando para el dolor, estuve esperando un dolor que no llegó, abrí los ojos, como todo cobarde los había cerrado, vi a Nathan sujetando la mano de Amanda, ella lo miraba con odio, primero a él y luego a mí, estaba acostumbrada a esas miradas por su parte, así que hice oídos sordos. La rubia salió con dignidad, o al menos, con lo que le quedaba de ella, con su séquito pisándole los talones.
Andrew ahuyentó a los estudiantes que se habían congregado a nuestro alrededor para presenciar la “pelea de gatas” para luego desaparecer discretamente.
—¿Estás bien? — peguntó Nathan preocupado.
—Sí — me perdí en sus ojos, pensé —. ¿Y tú?
—He estado mejor.
Nos quedamos en un silencio cómodo mientras salíamos de la cafetería derechitos a nuestra próxima clase, Biología.
—Si no es indiscreción, ¿Por qué te ha pegado Amanda?
—He roto con ella.
—Si solo lleváis tres días, ¿Tan pronto te cansas de las mujeres? — dije molesta.
—Llevamos juntos un año y medio.
¿Ha dicho un año y medio?, Sí idiota, la vocecita de mi conciencia hace acto de presencia cuando menos se la necesitaba. Debía tener cara de póquer, a Nathan no le quedó más remedio que continuar con su explicación.
—Nos conocimos hace tres años, nuestros padres tienen negocios juntos. Mi padre nos transfirió de instituto, en parte porque este es uno de los mejores institutos privados, y además están las hermanas Alpuente.
—Amanda y Maya — él asintió —. ¿Pero...?
—Yo empecé una relación con Amanda, las conocíamos desde hace tres años, pero no fue hasta hace año y medio que coincidí con ellas en una fiesta. Me líe con Amanda, tuvimos sexo y comenzamos a salir. Maya siempre ha estado colada de Andrew, que no sabe qué hacer para librarse de ella.
—¿Y por qué habéis roto? Si puede saberse claro… — esperaba que me lo contara, para saber que le había hecho.
—Me gusta otra chica — le brillaban los ojos cuando me respondió, una punzada de celos se instaló en mi pecho, como me gustaría ser yo esa chica —, ella despierta sentimientos y sensaciones que no me ha pasado con Amanda, o con cualquiera de mis otras novias.
Puse los ojos en blanco.
—¿Y tú me vas a decir que le hiciste para que te tenga tanto rencor? — preguntó dejándome sorprendida.
—No te entiendo.
—Quiere que desaparezcas de la faz de la tierra, y dijo que todo lo que tocas lo destruyes — explicó, recordando las palabras que había dicho Amanda —, eso no suele decirse si quieres y aprecias a alguien.
—Digamos que no somos buenas amigas — respondí con evasivas no quería contarle mi historial de enemistad con Amanda.
—Lo he notado. Anda, cuéntame.
—Es complicado.
—Soy todo oídos — me respondió con una sonrisa
Durante la hora de biología, que no estábamos dando clase porque el profesor Rivera no había venido, le conté mi larga historia con Amanda.
Nos conocíamos desde primaria, ella había vivido en Illescas hasta que empezó secundaria, sus padres estaban separados y su madre se retiró a una ciudad menos concurrida con sus dos hijas, durante esa época yo ganaba todas las gratificaciones, y claro, eso a ella le sentaba como una patada en el trasero, su padre le decía que tenía que ser la mejor en todo.
También le quité un novio, si en primaria se le puede llamar así, Josué siempre estaba babeando literalmente tras de ella, pero ella nunca le hizo caso, yo sin quererlo ni beberlo, terminé siendo su novia, eso la enfureció, lo que a ella le gustaba es que fueran detrás de ella mendigando por su amor.
En las funciones escolares yo siempre conseguía los papeles principales, por tanto, también estaba enojada conmigo por eso, según ella, yo no estaba cualificada para representar los papeles principales.
Cuando comenzó la etapa de secundaria, ella se marchó de Illescas para venir a vivir con su padre, dijo que estaba harta de aquél lúgubre pueblo donde no había nada. Nunca supe nada más de ella, al poco tiempo su madre también se vino a vivir a Barcelona para estar más cerca de sus hijas.
En este instituto, ella era la chica popular, todas querían ser su amiga y parecerse a ella. Al hacerme amiga de Brenda, me enteré que Amanda, siempre había querido ser amiga de las hermanas Olivares, solo porque le interesaba la posición social que ellas ostentaban, dado los negocios del señor Olivares.
—Entonces, desde mi primer día de clases hace dos años, pasé a ser el centro de atención, aunque no estaba muy cómoda.
—Debió de dolerle que una recién llegada consiguiera en un día lo que ella llevaba años intentando — dijo sin ninguna emoción en la voz —, ella es demasiado ególatra, y quiere que todo se haga como ella quiere.
—Bueno, tengo que reconocer que yo no soy una santa. Me hizo una muy gorda que no te voy a contar hoy, pero yo me la cobré.
—Jacqueline, me das miedo — dijo serio, luego algo emocionado añadió —. Adelántame algo de lo que hiciste.
—Prácticamente me pilló manteniendo relaciones con su novio, bueno, nos pilló toda la escuela, obviamente porque yo quise.
—¿Me quieres decir, que todo el mundo supo que llevaba unos cuernos más grandes que los alces? — yo asentí y el río —. No creas que después de esto se me va a olvidar preguntarte que te hizo.
—Y tú no te rías, porque también llevas esos cuernos. — Su cara de póquer me lo dijo todo. Había metido la pata, pero que le iba a hacer, ahora la piedra ya estaba lanzada no podía esconder la mano —. Durante este último año, ha estado por los baños y los rincones del instituto, metiéndose mano, y lo que no son manos, con un alumno.
Terminé de contarle la historia, Nathan Walker era un cornudo, claro que solo lo sabíamos ella y, ahora, yo. Se me escaparon unas lágrimas, que resbalaron por mis mejillas, al recodar esta parte de la historia.
Siento tal congoja cada vez que me acuerdo de Fran, me siento demasiado culpable. Tuvieron que cambiarle de colegio tras superar su intento de suicidio, en mi afán de vengarme de Amanda, me llevé por delante al chico más risueño que he conocido en toda mi existencia. Realmente, que él intentara suicidarse no fue causa directa mía, pero él sufrió las consecuencias, ya que Amanda se las hizo pasar canutas, hasta llevarlo a cometer esa locura. A día de hoy, voy a visitarlo a su casa, siempre que puedo.
—Esa es mi historia, y por eso ella me odia tanto, no logró superar que alguien estuviera por encima de ella.
—Menos mal que he terminado con ella — un estremecimiento surcó su cuerpo —. ¿Me contarás lo que ella le hizo a Fran para que le llevara a eso?

—Algún día, pero no hoy.

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