Mis novelas

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viernes, 12 de enero de 2018

Deseo concedido


Buenas tardes,

Hoy vengo a traeros un relato que escribí para la antología navideña que se regaló en la avalancha romántica de Diciembre. El relato está basado en mi novela, Lo que el amor no ve, no pasa nada por leer el relato sin haber leído la historia. Pero igual os pica la curiosidad. Si es así la encontraréis en Amazon. en una de las publicaciones del blog encontrareís los links de compra.

Deseo concedido

Sinopsis: La vida no es fácil y mucho menos si eres una figura pública, con una profesión que te mantiene alejado de casa largas temporadas. Mantenerte aferrado a tus recuerdos puede ser bueno para no volverte loco, pero ¿y si parte de lo que recordaras fuera un sueño? ¿y si el sueño pudiera cumplirse?

Se quitó las gafas de sol cuando el coche de la productora le dejó en la puerta de casa. Llevaba cuatro meses fuera, el rodaje de esta película le podría hacer ganador de una estatuilla dorada, pero se estaba perdiendo lo más importante para él, que era pasar tiempo con su familia. Él sabía lo duro que era abandonar su casa para irse a otro país sin la certeza de los días que tardaría en volver a verlos.
No había avisado de su llegada, por lo que nadie salió a recibirlo, no le importó, para él mejor, la sorpresa sería más grande. En el jardín hacía una temperatura agradable, para estar a finales de noviembre. El móvil indicaba que estaban a unos diecinueve grados, pero Robert sabía que dentro de su hogar el calor sería mucho más acogedor.
En silencio entró, dejando a los pies de la escalera la pequeña maleta que traía consigo. Desde el salón le llegaron las risas de su pequeña familia. Si alguien le hubiera dicho que antes de los treinta años iba a ser padre, se hubiera reído de él y llamado loco. Pero no.
Dos años después de la mudanza de Anna, ella comenzó a vomitar por las mañanas y sentirse mal. En ningún momento pensaron que pudiera ser un embarazo puesto que ella tomaba la píldora, pero Ian los sorprendió.
Con sigilo, se acercó a la puerta del salón, allí su mujer y su hijo estaban decorando la estancia para las fiestas decembrinas. En ese momento se dedicaban a vestir el árbol artificial que Anna le obligó a comprar. Miró la escena con una sonrisa en los labios, su pequeño de cuatro años, se encargaba de las ramas más bajas, mientras que su madre lo hacía de las que estaban en la parte superior. La sonrisa de Robert se ensanchó al contemplar a madre e hijo, ambos estaban igual de concentrados en la tarea que tenían entre manos.
—Mami, ¿Dónde está papi? —preguntó su hijo, a la vez que seguía colgando adornos en el árbol.
—Cariño te he dicho que está trabajando lejos —respondió Anna de manera maternal —me lo preguntaste antes.
—Es que tiene que poner la estrella —dijo el niño con un puchero, que casi hace que su padre saliera de su escondite.
—Ian cielo, como papi no está. —Anna se agachó frente a su hijo, desde su escondite Robert contemplaba enternecido la escena—. Tú eres el hombrecito de la casa, y te toca a ti poner la estrella.
Con esa afirmación el ceño del niño que estaba fruncido volvió a su estado normal y una sonrisa se plasmó en su infantil carita. Por eso era que amaba tanto a Anna. Y en ese momento a su memoria fue que recordó cuando la conoció, si bien no fue un momento idílico, tampoco la hubiera podido llevar a una cita.
Aquél día había comido con Hayley, pero no salió bien. Las garrapatas, perdón los paparazzis le encontraron en aquel restaurante alejado de la mano de Dios, tuvo que salir corriendo. En su huida, llegó a un barrio de gente acomodada, por donde el más o menos, había aparcado su coche. Se la encontró en medio de la calle hiperventilando, temió que se fuera a desmayar.
—Sígueme—dijo ella con la voz temblándole por la emoción—. Confía en mí, puedo sacarte de este lio.
—¿Cómo puedes tú ayudarme? No te conozco
—Lo sé, yo a ti sí. Pero si me sigues puedes despistar a esos reporteros que te están persiguiendo y los tienes prácticamente encima.
—¿Y por qué debería seguirte? ¿y si tú también fueras uno de ellos?
—Si yo fuera uno de ellos no estaría en medio de la calle plantada y a punto de desmayarme —la chica se veía avergonzada —sígueme si quieres deshacerte de esos dos —la vio señalar a los paparazzis.
Robert vio en la mirada y el comportamiento de la chica que decía la verdad, y la siguió. Le metió en una casa, cuyo jardín estaba cuidado, la verja que los separaba de sus enemigos era bastante tupida y aunque pudieran oírlos no podían verlos, lo sacó por la puerta trasera, sin incidentes. Desde ese momento quedó prendado de ella.
Tanto que la buscó por Los Ángeles todo lo que su trabajo se lo permitía. Un año sin saber nada, ya que no se atrevía a bajar del coche y preguntar en la casa donde la conoció. Estaba a punto de tirar la toalla, pensó que era un espejismo.
Como último recurso el verano siguiente decidió volver a pasar, si no la veía desistiría definitivamente. Tuvo suerte, se la encontró. Ella iba caminando sola por la acera. Como un acosador la siguió con el coche, y cuando vio su oportunidad se estacionó a su lado para tenderle un sobre que tenía preparado días después de conocerla. Dentro había un móvil y una carta escrita de su puño y letra.
Por ese entonces el chico parecía un adolescente que no se atrevía a declararse a la chica que le gusta. No se atrevía a llamar a Anna, tuvo que ser su agente, que además también es su amigo quien le diera el empujón. Desde ese día, siempre que su trabajo se lo permitía, Robert llevaba a la chica a citas. Lo que más le fascinaba, entre otras cosas, era que siendo una fan como ella misma le había confesado, no estuviera en los medios. Recuerda con gracia el día que la invitó a su casa y lo que ella hizo para poder quedarse a dormir con él. Las fans habían hecho locuras, pero algo como lo que hizo Anna no.
—Anna, ¿Qué ha pasado? —llegó a socorrerla cuando la vio en el suelo.
—Me he tropezado y he caído. —Robert intuía que la chica le estaba mintiendo, pero no dijo nada—. No sé si te lo he dicho pero soy un poco torpe.
—¿Un poco solo? Te has tropezado en el salón donde no hay nada fuera de su sitio.
—Iba distraída y se me han cruzado los pies, además si con zapatos planos soy patosa, con tacones ni te cuento. Pero estoy bien. —Robert vio como la chica se levantó con la mochila colgando del hombro y cojeaba hasta la puerta,
—¿Dónde crees que vas? — preguntó cogiéndola del brazo. Su tacto la paralizó haciéndole sentir a ambos una descarga eléctrica.
Se tuvo que tapar la boca para que las dos personas del salón no oyeran sus risas. Mientras tanto Robert siguió sumergido  en sus recuerdos a la vez que contemplaba la escena. Su mujer y su hijo bailando al son de los villancicos. Parecían dos patos mareados. Reconoció en ese baile una artimaña para entretener a su hijo, lo que le hizo a él tener otro recuerdo.
Hace ya unos años atrás, el comenzaba una relación con Anna, y convenció a Estela y a Sara para que viajaran con él a Madrid, donde tenía una gala de estreno, y así poder ver a su novia, esa era la única manera de poder verla. Ese día ya quisieron hacerle padre.
—¿Puedo hacerte una pregunta personal?— Lucía, la mejor amiga de su novia soltó de pronto, él asintió —. ¿Por qué no hablas de tu novia en público?
—Lucía, no es momento de preguntar eso —dijo Anna secamente, pero su amiga no se dio por aludida y continuó con su interrogatorio.
—Desde que se publicó la fotografía del beso en el aeropuerto no se ha sabido nada. ¿Es una chica del mundo de la fama o una simple mortal? ¿Está embarazada?
La reacción en la mesa fue diversa, Sara y Estela se tensaron, Anna casi se atragantó con el trozo de fruta que tenía en la boca, solo estaba esperando a lo que el chico tenía que responder.
—No hablo de ella porque no es necesario. Es mi vida privada y la guardo en exclusiva para mí. — El chico posó la mano en la rodilla de Anna para intentar calmarla—. De todas maneras no es famosa y no quiero involucrarla en mi mundo hasta que no esté totalmente preparada.
—¿Está embarazada? —Lucía volvió a preguntar.
—Que yo sepa no —Robert miró a Anna de reojo—. Pero se lo preguntaré. —la chica negó disimuladamente, ambos habían sido muy cuidadosos con la protección en sus encuentros sexuales
—Entonces ¿por qué se fue?
—Lucía deja ya de preguntar. —fue Estela la que interrumpió el interrogatorio de Lucía. —Sus motivos tendría.
—Creo que te has elegido mal tu carrera —argumentó Anna — en vez de medicina tendrías que haber estudiado periodismo.
—Perdón me he dejado llevar.
No le hubiera importado que lo que la prensa especuló fuera cierto. Hubiera vivido con ella en Los Ángeles o en Valencia hasta que ella hubiera terminado su carrera y hubieran tenido a su bebé. Estaba cansado de vivir solo en una casa tan grande.
—Mami ¿Cuándo vamos a decorar el jardín? —La voz de su hijo lo trajo al presente —tampoco está papi para subirse al tejado.
—Bueno pues llamaremos al abuelo Alberto para que se suba al tejado.
—Pero el abuelo es viejo y se puede caer —razonó el niño, que a pesar de su corta edad era muy inteligente.
—El abuelo no es viejo Ian —le regaño su madre — y si él no puede subir o no quiere, me subiré yo o llamaremos a cualquiera de tus tíos.
—Al tío Marcos —exclamó el pequeño —y que venga con Page.
—Bueno pues si ni el abuelo ni yo podemos subirnos al tejado —dijo Anna —llamaremos al tío Marcos y le diremos que traiga a Page para que juguéis juntos.
Oír ese nombre, Marcos, le produjo a Robert una regresión en el tiempo. Ahora se llevaban medianamente bien, pero antes no se podían ni ver. Volviendo a los recuerdos, él no sabe que pasó entre Anna y Marcos, desde que la dejó en Madrid hasta que la vio en Italia, pero que le jode y reconcome las entrañas, no hay quien lo dude.
Después de su encuentro en Madrid, cada uno tomó su rumbo, él fue a visitar a su familia y luego sus compromisos laborales le tuvieron alejado de Anna, este recuerdo le ensombreció el semblante. Fue aquí cuando apareció su archienemigo.
Cuando la volvió a ver fue en Italia, y precisamente ella no era la chica amorosa que conoció. Si sus ojos lanzaran cuchillos, todos estarían clavados en el cuerpo del actor. En ese momento intentó retomar lo que había tenido con ella, pero ella fue más rápida y le clavó la puñalada trapera, diciéndole que había aparecido otro hombre en su vida.
Puede que Anna los quisiera de manera diferente, pero los quería a ambos. Él tuvo que luchar con uñas y dientes por su amor, su rival le pisaba terreno. Por suerte para él, Marcos estaba en Nueva York y no tenía tanta facilidad para desplazarse por el mundo como él.
Por eso fue un alivio cuando recibió aquella llamada. Aunque al principio se asustó por dos razones. La primera, no era ella quien llamaba en primer lugar y la segunda  porque se puso nerviosa al decirle el asunto de la llamada.
—Hola Anna —respondió cuando miró el identificador de llamadas.
—No, soy Lucía.
—¿Esta ella contigo?
—Sí, está aquí conmigo.
—Y ¿Por qué me llamas tú? —preguntó él intrigado, quería preguntarle muchas más cosas, pero se había preocupado por si le hubiera pasado algo.
—No se atreve a hablar contigo
—Ni que me la fuera a comer a estas alturas. —Al chico le gustaría comérsela, pero  en privado y a poder ser sin ropa de por medio en sus cuerpos.
—Quiere contarte algo y no sabe cómo hacerlo.
—Anda pásamela.
—Vale te la paso —el chico oyó como se pasan el teléfono de una amiga a la otra —quiere hablar contigo.
—Di-dime—. A Anna le tembló la voz.
—¿Desde cuándo te da vergüenza hablar conmigo?
—Desde nunca —la chica respiró hondo—. No te estaremos molestando ¿verdad?. Lucía me ha robado el móvil.
—Te dije una vez que tú nunca molestas —el chico hizo mención a un mensaje que le envió al principio de su relación—. ¿Qué es eso que tienes que decirme pero que no sabes cómo?
—Ya he tomado mi decisión. —el actor suspiró, había llegado el momento clave, o bien hoy le hacía el hombre más feliz del mundo de la farándula o lo hundía en la miseria.
—Supongo que no sabes decirme que te quedas con el chico ese.
—Se llama Marcos. —Él sabía cómo se llamaba, otra cosa es que quisiera decir su nombre—. Y no te llamo para decirte que me voy con él. —La chica respiró hondo nuevamente—. Tú eres mi elección.
—Genial —solo dijo esas palabras, pero estuvo saltando por toda la estancia, luego se quedó pensando—. Supongo de nuevo que no te veré hasta verano.
—Supones bien.
—De todas maneras voy a estar ocupado hasta entonces, con esos rollos de mi trabajo —el rió—. Mi mundo, ese al que no quieres pertenecer.
—Los dos estaremos ocupados, también tengo cosas que hacer en mi mundo.
—Bueno nos veremos en verano.
—Sí — la chica se quedó en silencio un momento —Te quiero.
—Yo también. Qué pases un buen día, lo que te queda de él al menos.
Desde ese día, se desvivió por hacerla feliz y decirle te quiero todos los días que estuvieron juntos. La invitó a una entrega de premios porque quería que todo el mundo supiera que ya no era más el soltero de oro. Conoció a la familia de su chica, que lo acogió muy bien, incluso su suegro, a pesar que se le veían las ganas de perseguirlo con una escopeta por toda la ciudad.
Lo que le molestó fue que, a pesar que Anna ya era su novia, Marcos no los dejaba en paz. Seguía metiéndose en sus vidas de cualquier manera, era una sombra constante entre los dos. Y para desconcierto de Robert, su chica se le sublevaba por no confiar en ella. Eso era una de las tantas cosas que le gustaban de Anna aunque seguía siendo tierna ahora había una chica rebelde en su interior. La amaba así, aunque al mismo tiempo le sacará de sus casillas, y quisiera estrangularla.
Nunca habían hablado en profundidad sobre irse a vivir juntos, pero él lo estaba deseando. Algo se moría en su interior cada vez que se despedía de ella en el aeropuerto o la veía marchar.
—Si necesitas que vaya a verte, pídemelo —le susurró al oído una de las últimas veces que la despidió.
—Sabes que lo necesito. —Respondió ella a nadie en particular—. Siempre te necesito a mi lado.
—Ven a vivir conmigo.
—Espero hacerlo algún día. —Se miraron a los ojos—. Pero no sé cuándo.
—Cuando tengamos canas, y para eso no falta mucho —dijo divertido, intentando borrar la tristeza y melancolía que se había apoderado de la chica, y en parte de él tambien.
—Habla por ti —se rió con él —. Yo nunca tendré canas.
—Oh, sí las tendrás —ella negó con la cabeza—. A no ser que te tintes el pelo.
—Eso jamás.
Por eso saltó a la pata coja, cuando después de terminar los estudios la chica empezó a mandar sus cosas metidas en cajas. Las primeras cajas fueron llegando a su hogar, y Mary las iba recogiendo y guardando en el garaje hasta que su propietaria llegara y las colocara donde tendrían que estar.
Cuando ella se mudó sus padres no estaban de acuerdo, pero como era mayor de edad y se mudaba con un chico que la amaba no podían quejarse mucho. Desde que Anna llegó a su casa, su vida cambió, no fue fácil adaptarse a convivir con otra persona. Las cremas, el maquillaje y los tampones ocuparon los estantes en el baño, desterrando sus maquinillas de afeitar. En su armario, solo el diez por ciento del espacio, había quedado para él, pero era feliz con ello.
—Mami ¿Cuándo vamos a poner el belén? —Ian lo trajo de vuelta a la realidad.
—Se me olvidó entrarlo ayer con todos los adornos Ian —respondió su amada —y no te voy a dejar solo para ir a buscarlo.
—Joooo, pero yo quiero montarlo ahora.
Otra de las cosas que Anna había traído desde España eran algunas costumbres y tradiciones que ella tenía, y si bien él no las compartía y/o entendía, las respetaba porque a ella le hacía feliz, y la chica ya había dejado muchas cosas atrás por trasladarse de continente para hacerle feliz a él.
—Mañana cuando venga Mary, mami irá al garaje a buscarlo y lo montamos.
—¿Y si lo busca papi? —dijo Robert saliendo de su escondite, no soportaba más ver alicaído a su pequeño hijo.
—Papi
Pi pi pi pi pi pi pi un molesto sonido le hizo apartar la vista de su hijo. Poco a poco fue abriendo los ojos, se dio cuenta que había sido un sueño, otra vez. Desorientado como estaba se incorporó en la cama. No era la primera vez que soñaba con lo mismo. Aunque la situación cambiaba, siempre soñaba que era padre. Cada vez que podía deseaba con todas sus fuerzas y rogaba a lo que estuviera dirigiendo el cosmos que Anna le llamara.
Deseaba tener hijos, pero primero la madre tendría que llamarle para decir que él era el hombre elegido para pasar juntos el resto de sus vidas. Y esa llamada estaba tardando en llegar. Había dejado libertad a Anna, pero como no le diera una respuesta pronto, la llamada la haría él. No lo soportaba más. Preferiría morir que vivir en esta incertidumbre.
Mientras que esa llamada llegaba o no, la vida de Robert debía continuar, por lo que el chico se levantó, se metió en la ducha para despejarse y cuando salió desayunó lo que Mary le había preparado. Su agente le avisó que pasaría a recogerlo enseguida, salían de viaje a Colombia donde iban a grabar unas escenas de la próxima película.
El claxon de un vehículo, pocos minutos después, le hicieron salir con maleta en mano. Y nada más subir y abrocharse el cinturón, el móvil comenzó a sonar con la melodía que tenía asignada para Anna.