Buenas tardes,
Hoy vengo a traeros un relato que escribí para la antología navideña que se regaló en la avalancha romántica de Diciembre. El relato está basado en mi novela, Lo que el amor no ve, no pasa nada por leer el relato sin haber leído la historia. Pero igual os pica la curiosidad. Si es así la encontraréis en Amazon. en una de las publicaciones del blog encontrareís los links de compra.
Deseo
concedido
Sinopsis:
La
vida no es fácil y mucho menos si eres una figura pública, con una profesión
que te mantiene alejado de casa largas temporadas. Mantenerte aferrado a tus
recuerdos puede ser bueno para no volverte loco, pero ¿y si parte de lo que
recordaras fuera un sueño? ¿y si el sueño pudiera cumplirse?
Se quitó las gafas de sol cuando el
coche de la productora le dejó en la puerta de casa. Llevaba cuatro meses
fuera, el rodaje de esta película le podría hacer ganador de una estatuilla
dorada, pero se estaba perdiendo lo más importante para él, que era pasar
tiempo con su familia. Él sabía lo duro que era abandonar su casa para irse a
otro país sin la certeza de los días que tardaría en volver a verlos.
No había avisado de su llegada, por lo que
nadie salió a recibirlo, no le importó, para él mejor, la sorpresa sería más
grande. En el jardín hacía una temperatura agradable, para estar a finales de
noviembre. El móvil indicaba que estaban a unos diecinueve grados, pero Robert
sabía que dentro de su hogar el calor sería mucho más acogedor.
En silencio entró, dejando a los pies de
la escalera la pequeña maleta que traía consigo. Desde el salón le llegaron las
risas de su pequeña familia. Si alguien le hubiera dicho que antes de los
treinta años iba a ser padre, se hubiera reído de él y llamado loco. Pero no.
Dos años después de la mudanza de Anna,
ella comenzó a vomitar por las mañanas y sentirse mal. En ningún momento
pensaron que pudiera ser un embarazo puesto que ella tomaba la píldora, pero
Ian los sorprendió.
Con sigilo, se acercó a la puerta del
salón, allí su mujer y su hijo estaban decorando la estancia para las fiestas
decembrinas. En ese momento se dedicaban a vestir el árbol artificial que Anna
le obligó a comprar. Miró la escena con una sonrisa en los labios, su pequeño
de cuatro años, se encargaba de las ramas más bajas, mientras que su madre lo
hacía de las que estaban en la parte superior. La sonrisa de Robert se ensanchó
al contemplar a madre e hijo, ambos estaban igual de concentrados en la tarea
que tenían entre manos.
—Mami, ¿Dónde está papi? —preguntó su
hijo, a la vez que seguía colgando adornos en el árbol.
—Cariño te he dicho que está trabajando
lejos —respondió Anna de manera maternal —me lo preguntaste antes.
—Es que tiene que poner la estrella
—dijo el niño con un puchero, que casi hace que su padre saliera de su
escondite.
—Ian cielo, como papi no está. —Anna se
agachó frente a su hijo, desde su escondite Robert contemplaba enternecido la
escena—. Tú eres el hombrecito de la casa, y te toca a ti poner la estrella.
Con esa afirmación el ceño del niño que
estaba fruncido volvió a su estado normal y una sonrisa se plasmó en su
infantil carita. Por eso era que amaba tanto a Anna. Y en ese momento a su
memoria fue que recordó cuando la conoció, si bien no fue un momento idílico,
tampoco la hubiera podido llevar a una cita.
Aquél día había comido con Hayley, pero
no salió bien. Las garrapatas, perdón los paparazzis le encontraron en aquel
restaurante alejado de la mano de Dios, tuvo que salir corriendo. En su huida,
llegó a un barrio de gente acomodada, por donde el más o menos, había aparcado
su coche. Se la encontró en medio de la calle hiperventilando, temió que se
fuera a desmayar.
—Sígueme—dijo
ella con la voz temblándole por la emoción—. Confía en mí, puedo sacarte de
este lio.
—¿Cómo
puedes tú ayudarme? No te conozco
—Lo
sé, yo a ti sí. Pero si me sigues puedes despistar a esos reporteros que te
están persiguiendo y los tienes prácticamente encima.
—¿Y
por qué debería seguirte? ¿y si tú también fueras uno de ellos?
—Si
yo fuera uno de ellos no estaría en medio de la calle plantada y a punto de
desmayarme —la chica se veía avergonzada —sígueme si quieres deshacerte de esos
dos —la vio señalar a los paparazzis.
Robert vio en la mirada y el
comportamiento de la chica que decía la verdad, y la siguió. Le metió en una
casa, cuyo jardín estaba cuidado, la verja que los separaba de sus enemigos era
bastante tupida y aunque pudieran oírlos no podían verlos, lo sacó por la
puerta trasera, sin incidentes. Desde ese momento quedó prendado de ella.
Tanto que la buscó por Los Ángeles todo
lo que su trabajo se lo permitía. Un año sin saber nada, ya que no se atrevía a
bajar del coche y preguntar en la casa donde la conoció. Estaba a punto de
tirar la toalla, pensó que era un espejismo.
Como último recurso el verano siguiente
decidió volver a pasar, si no la veía desistiría definitivamente. Tuvo suerte,
se la encontró. Ella iba caminando sola por la acera. Como un acosador la
siguió con el coche, y cuando vio su oportunidad se estacionó a su lado para
tenderle un sobre que tenía preparado días después de conocerla. Dentro había
un móvil y una carta escrita de su puño y letra.
Por ese entonces el chico parecía un
adolescente que no se atrevía a declararse a la chica que le gusta. No se
atrevía a llamar a Anna, tuvo que ser su agente, que además también es su amigo
quien le diera el empujón. Desde ese día, siempre que su trabajo se lo
permitía, Robert llevaba a la chica a citas. Lo que más le fascinaba, entre
otras cosas, era que siendo una fan como ella misma le había confesado, no
estuviera en los medios. Recuerda con gracia el día que la invitó a su casa y
lo que ella hizo para poder quedarse a dormir con él. Las fans habían hecho
locuras, pero algo como lo que hizo Anna no.
—Anna,
¿Qué ha pasado? —llegó a socorrerla cuando la vio en el suelo.
—Me
he tropezado y he caído. —Robert intuía que la chica le estaba mintiendo, pero
no dijo nada—. No sé si te lo he dicho pero soy un poco torpe.
—¿Un
poco solo? Te has tropezado en el salón donde no hay nada fuera de su sitio.
—Iba
distraída y se me han cruzado los pies, además si con zapatos planos soy
patosa, con tacones ni te cuento. Pero estoy bien. —Robert vio como la chica se
levantó con la mochila colgando del hombro y cojeaba hasta la puerta,
—¿Dónde
crees que vas? — preguntó cogiéndola del brazo. Su tacto la paralizó haciéndole
sentir a ambos una descarga eléctrica.
Se tuvo que tapar la boca para que las
dos personas del salón no oyeran sus risas. Mientras tanto Robert siguió
sumergido en sus recuerdos a la vez que
contemplaba la escena. Su mujer y su hijo bailando al son de los villancicos.
Parecían dos patos mareados. Reconoció en ese baile una artimaña para
entretener a su hijo, lo que le hizo a él tener otro recuerdo.
Hace ya unos años atrás, el comenzaba
una relación con Anna, y convenció a Estela y a Sara para que viajaran con él a
Madrid, donde tenía una gala de estreno, y así poder ver a su novia, esa era la
única manera de poder verla. Ese día ya quisieron hacerle padre.
—¿Puedo
hacerte una pregunta personal?— Lucía, la mejor amiga de su novia soltó de
pronto, él asintió —. ¿Por qué no hablas de tu novia en público?
—Lucía,
no es momento de preguntar eso —dijo Anna secamente, pero su amiga no se dio
por aludida y continuó con su interrogatorio.
—Desde
que se publicó la fotografía del beso en el aeropuerto no se ha sabido nada.
¿Es una chica del mundo de la fama o una simple mortal? ¿Está embarazada?
La
reacción en la mesa fue diversa, Sara y Estela se tensaron, Anna casi se
atragantó con el trozo de fruta que tenía en la boca, solo estaba esperando a
lo que el chico tenía que responder.
—No
hablo de ella porque no es necesario. Es mi vida privada y la guardo en
exclusiva para mí. — El chico posó la mano en la rodilla de Anna para intentar
calmarla—. De todas maneras no es famosa y no quiero involucrarla en mi mundo
hasta que no esté totalmente preparada.
—¿Está
embarazada? —Lucía volvió a preguntar.
—Que
yo sepa no —Robert miró a Anna de reojo—. Pero se lo preguntaré. —la chica negó
disimuladamente, ambos habían sido muy cuidadosos con la protección en sus
encuentros sexuales
—Entonces
¿por qué se fue?
—Lucía
deja ya de preguntar. —fue Estela la que interrumpió el interrogatorio de
Lucía. —Sus motivos tendría.
—Creo
que te has elegido mal tu carrera —argumentó Anna — en vez de medicina tendrías
que haber estudiado periodismo.
—Perdón
me he dejado llevar.
No le hubiera importado que lo que la
prensa especuló fuera cierto. Hubiera vivido con ella en Los Ángeles o en
Valencia hasta que ella hubiera terminado su carrera y hubieran tenido a su
bebé. Estaba cansado de vivir solo en una casa tan grande.
—Mami ¿Cuándo vamos a decorar el jardín?
—La voz de su hijo lo trajo al presente —tampoco está papi para subirse al
tejado.
—Bueno pues llamaremos al abuelo Alberto
para que se suba al tejado.
—Pero el abuelo es viejo y se puede caer
—razonó el niño, que a pesar de su corta edad era muy inteligente.
—El abuelo no es viejo Ian —le regaño su
madre — y si él no puede subir o no quiere, me subiré yo o llamaremos a
cualquiera de tus tíos.
—Al tío Marcos —exclamó el pequeño —y
que venga con Page.
—Bueno pues si ni el abuelo ni yo
podemos subirnos al tejado —dijo Anna —llamaremos al tío Marcos y le diremos
que traiga a Page para que juguéis juntos.
Oír ese nombre, Marcos, le produjo a
Robert una regresión en el tiempo. Ahora se llevaban medianamente bien, pero
antes no se podían ni ver. Volviendo a los recuerdos, él no sabe que pasó entre
Anna y Marcos, desde que la dejó en Madrid hasta que la vio en Italia, pero que
le jode y reconcome las entrañas, no hay quien lo dude.
Después de su encuentro en Madrid, cada
uno tomó su rumbo, él fue a visitar a su familia y luego sus compromisos
laborales le tuvieron alejado de Anna, este recuerdo le ensombreció el
semblante. Fue aquí cuando apareció su archienemigo.
Cuando la volvió a ver fue en Italia, y
precisamente ella no era la chica amorosa que conoció. Si sus ojos lanzaran
cuchillos, todos estarían clavados en el cuerpo del actor. En ese momento
intentó retomar lo que había tenido con ella, pero ella fue más rápida y le
clavó la puñalada trapera, diciéndole que había aparecido otro hombre en su
vida.
Puede que Anna los quisiera de manera
diferente, pero los quería a ambos. Él tuvo que luchar con uñas y dientes por
su amor, su rival le pisaba terreno. Por suerte para él, Marcos estaba en Nueva
York y no tenía tanta facilidad para desplazarse por el mundo como él.
Por eso fue un alivio cuando recibió
aquella llamada. Aunque al principio se asustó por dos razones. La primera, no
era ella quien llamaba en primer lugar y la segunda porque se puso nerviosa al decirle el asunto
de la llamada.
—Hola
Anna —respondió cuando miró el identificador de llamadas.
—No,
soy Lucía.
—¿Esta
ella contigo?
—Sí,
está aquí conmigo.
—Y
¿Por qué me llamas tú? —preguntó él intrigado, quería preguntarle muchas más
cosas, pero se había preocupado por si le hubiera pasado algo.
—No
se atreve a hablar contigo
—Ni
que me la fuera a comer a estas alturas. —Al chico le gustaría comérsela, pero en privado y a poder ser sin ropa de por medio
en sus cuerpos.
—Quiere
contarte algo y no sabe cómo hacerlo.
—Anda
pásamela.
—Vale
te la paso —el chico oyó como se pasan el teléfono de una amiga a la otra
—quiere hablar contigo.
—Di-dime—.
A Anna le tembló la voz.
—¿Desde
cuándo te da vergüenza hablar conmigo?
—Desde
nunca —la chica respiró hondo—. No te estaremos molestando ¿verdad?. Lucía me
ha robado el móvil.
—Te
dije una vez que tú nunca molestas —el chico hizo mención a un mensaje que le
envió al principio de su relación—. ¿Qué es eso que tienes que decirme pero que
no sabes cómo?
—Ya
he tomado mi decisión. —el actor suspiró, había llegado el momento clave, o
bien hoy le hacía el hombre más feliz del mundo de la farándula o lo hundía en
la miseria.
—Supongo
que no sabes decirme que te quedas con el chico ese.
—Se
llama Marcos. —Él sabía cómo se llamaba, otra cosa es que quisiera decir su
nombre—. Y no te llamo para decirte que me voy con él. —La chica respiró hondo
nuevamente—. Tú eres mi elección.
—Genial
—solo dijo esas palabras, pero estuvo saltando por toda la estancia, luego se
quedó pensando—. Supongo de nuevo que no te veré hasta verano.
—Supones
bien.
—De
todas maneras voy a estar ocupado hasta entonces, con esos rollos de mi trabajo
—el rió—. Mi mundo, ese al que no quieres pertenecer.
—Los
dos estaremos ocupados, también tengo cosas que hacer en mi mundo.
—Bueno
nos veremos en verano.
—Sí
— la chica se quedó en silencio un momento —Te quiero.
—Yo
también. Qué pases un buen día, lo que te queda de él al menos.
Desde ese día, se desvivió por hacerla
feliz y decirle te quiero todos los días que estuvieron juntos. La invitó a una
entrega de premios porque quería que todo el mundo supiera que ya no era más el
soltero de oro. Conoció a la familia de su chica, que lo acogió muy bien,
incluso su suegro, a pesar que se le veían las ganas de perseguirlo con una
escopeta por toda la ciudad.
Lo que le molestó fue que, a pesar que
Anna ya era su novia, Marcos no los dejaba en paz. Seguía metiéndose en sus
vidas de cualquier manera, era una sombra constante entre los dos. Y para
desconcierto de Robert, su chica se le sublevaba por no confiar en ella. Eso
era una de las tantas cosas que le gustaban de Anna aunque seguía siendo tierna
ahora había una chica rebelde en su interior. La amaba así, aunque al mismo
tiempo le sacará de sus casillas, y quisiera estrangularla.
Nunca habían hablado en profundidad
sobre irse a vivir juntos, pero él lo estaba deseando. Algo se moría en su
interior cada vez que se despedía de ella en el aeropuerto o la veía marchar.
—Si
necesitas que vaya a verte, pídemelo —le susurró al oído una de las últimas
veces que la despidió.
—Sabes
que lo necesito. —Respondió ella a nadie en particular—. Siempre te necesito a
mi lado.
—Ven
a vivir conmigo.
—Espero
hacerlo algún día. —Se miraron a los ojos—. Pero no sé cuándo.
—Cuando
tengamos canas, y para eso no falta mucho —dijo divertido, intentando borrar la
tristeza y melancolía que se había apoderado de la chica, y en parte de él
tambien.
—Habla
por ti —se rió con él —. Yo nunca tendré canas.
—Oh,
sí las tendrás —ella negó con la cabeza—. A no ser que te tintes el pelo.
—Eso
jamás.
Por eso saltó a la pata coja, cuando
después de terminar los estudios la chica empezó a mandar sus cosas metidas en
cajas. Las primeras cajas fueron llegando a su hogar, y Mary las iba recogiendo
y guardando en el garaje hasta que su propietaria llegara y las colocara donde
tendrían que estar.
Cuando ella se mudó sus padres no
estaban de acuerdo, pero como era mayor de edad y se mudaba con un chico que la
amaba no podían quejarse mucho. Desde que Anna llegó a su casa, su vida cambió,
no fue fácil adaptarse a convivir con otra persona. Las cremas, el maquillaje y
los tampones ocuparon los estantes en el baño, desterrando sus maquinillas de
afeitar. En su armario, solo el diez por ciento del espacio, había quedado para
él, pero era feliz con ello.
—Mami ¿Cuándo vamos a poner el belén?
—Ian lo trajo de vuelta a la realidad.
—Se me olvidó entrarlo ayer con todos
los adornos Ian —respondió su amada —y no te voy a dejar solo para ir a
buscarlo.
—Joooo, pero yo quiero montarlo ahora.
Otra de las cosas que Anna había traído
desde España eran algunas costumbres y tradiciones que ella tenía, y si bien él
no las compartía y/o entendía, las respetaba porque a ella le hacía feliz, y la
chica ya había dejado muchas cosas atrás por trasladarse de continente para hacerle
feliz a él.
—Mañana cuando venga Mary, mami irá al
garaje a buscarlo y lo montamos.
—¿Y si lo busca papi? —dijo Robert
saliendo de su escondite, no soportaba más ver alicaído a su pequeño hijo.
—Papi
Pi pi pi pi pi pi pi un molesto sonido
le hizo apartar la vista de su hijo. Poco a poco fue abriendo los ojos, se dio
cuenta que había sido un sueño, otra vez. Desorientado como estaba se incorporó
en la cama. No era la primera vez que soñaba con lo mismo. Aunque la situación
cambiaba, siempre soñaba que era padre. Cada vez que podía deseaba con todas
sus fuerzas y rogaba a lo que estuviera dirigiendo el cosmos que Anna le
llamara.
Deseaba tener hijos, pero primero la
madre tendría que llamarle para decir que él era el hombre elegido para pasar
juntos el resto de sus vidas. Y esa llamada estaba tardando en llegar. Había
dejado libertad a Anna, pero como no le diera una respuesta pronto, la llamada
la haría él. No lo soportaba más. Preferiría morir que vivir en esta
incertidumbre.
Mientras que esa llamada llegaba o no,
la vida de Robert debía continuar, por lo que el chico se levantó, se metió en
la ducha para despejarse y cuando salió desayunó lo que Mary le había
preparado. Su agente le avisó que pasaría a recogerlo enseguida, salían de
viaje a Colombia donde iban a grabar unas escenas de la próxima película.
El claxon de un vehículo, pocos minutos
después, le hicieron salir con maleta en mano. Y nada más subir y abrocharse el
cinturón, el móvil comenzó a sonar con la melodía que tenía asignada para Anna.
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