Mis novelas

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jueves, 8 de diciembre de 2016

Lo que el amor no ve. Capitulo 1.

Hola, hoy paso para dejaros el primer capitulo de mi primera historia, a modo de aperitivo. Espero que os guste.

Llevaba semanas haciéndome la maleta, no sabía qué llevarme. Iba a pasar en mi lugar favorito, los dos meses de vacaciones que tenía, antes de empezar la universidad.
Mi avión salía a las ocho de la mañana, desde Madrid, por lo que sí quería llegar a tiempo, tendríamos que salir de inmediato. Mi padre estaba invitado a una conferencia de psicología en la capital del país, y se había ofrecido a llevarme, acepté a regañadientes, una conversación con mi padre era como un psicoanálisis. No podía evitar meterse en el papel de psicólogo.
—Anna, vamos a llegar tarde —gritó desde la entrada.
—Ya voy papá, estoy terminando de cerrar las maletas.
—Pues date prisa.
Eran las siete de la tarde, pero si no salíamos pronto no llegaríamos a tiempo de poder descansar un poco. Mi madre subió a ayudarme con las maletas.
La charla con mi padre fue amena, aunque él estaba un poco enfadado porque no había seguido sus pasos en la carrera, no me veía preparada para estudiar piscología, suficiente tenía con mis problemas.
Llegamos a Madrid, parando sólo una vez a mitad de camino para ir al baño y comer algo, buscamos un hotel cerca del aeropuerto.
Me despertó la alarma del móvil, me duché, y mientras que lo hacía mí padre, yo recogí nuestras cosas. Una vez en el aeropuerto, llevé mis maletas a facturar y fuimos a desayunar, tenía mucha hambre.
Me dirigí a la puerta de embarque, ya estaba abierta, me despedí de mi padre con dos besos y un fuerte abrazo y subí al avión. Me sentía nerviosa, no era la primera vez que subía en avión, tenía un presentimiento que algo inusual iba a suceder en este viaje. Me senté y saqué el libro, esperando que me durara para el viaje de vuelta.
Llevaba una hora sobrevolando el mundo y los parpa-dos comenzaron a pesarme, cerrando el libro me abandoné al mundo de los sueños.
En mi destino me estaban esperando mi tío y Eduardo, que con nueve años era igual de alto que yo. Estela se había quedado en casa con mi tía, lo lógico es que hubiera venido ella y no mi primo.
Nos montamos en el coche, sorprendiéndome cuando llegué al hogar de mis tíos, me habían preparado una fiesta de bienvenida. Subimos las maletas a la habitación de mi prima, y ella me ayudó a acomodar mis pertenencias. Estela y yo enseguida nos pusimos al día de todo lo acontecido en nuestras respectivas vidas, tardamos tres horas en poner-nos al día, la distancia que nos separaba era enorme y el correo electrónico, no nos bastaba para hablar de nuestras cosas.
Habíamos estado tres años sin vernos, ella había pasa-do este tiempo con el hermano de su madre, su mujer y sus hijos, que por motivos laborales, vivían en Argentina
—Esta noche te voy a presentar a mi nueva mejor amiga, te vas a llevar muy bien con ella, se llama Sara y sus padres son españoles. —A mi mente llegaron las petardas que tenía por amigas cuando vino a vivir a Los Ángeles— Sara y yo, somos muy afines.
—Me alegro.
—También se parece un poco a ti, por eso sé que te llevarás muy bien con ella.
—Bueno, ¿qué hacemos ahora?.
—Lo que tú quieras, si quieres, en primer lugar des-cansas —me quitó la maleta de las manos para guardarla en el armario— no es cómodo dormir en un avión. Estarás, hecha polvo.
—La verdad que sí, un poco.
Me di una ducha, poniéndome la camiseta ancha y los pantalones de chándal que utilizaba para dormir, no llegué a poner la cabeza en la almohada cuando me quedé pro-fundamente dormida. Mi prima tenía razón no era cómodo dormir en el avión y necesitaba descansar si iba a salir de fiesta con ella.
Desperté a la hora de la cena, al bajar, todos estaban sentados en la mesa, con una pizza delante de ellos. Con el último bocado a medio tragar, mi prima y yo subimos a cambiarnos, Sara pasaría a recogernos a las once para ir a dar una vuelta. Ella era un año más mayor que nosotras, con la piel más bronceada y su rizado pelo rojizo llegándole a mitad de la espalda. Ojos azules como el mar.
—Sara, esta es mi prima Anna —Estela me señaló.
—Encantada — dijo abrazándome— tu prima no ha parado de hablar de tu llegada. —Me hice nota mental para preguntar por su perfume, olía muy bien. — Estaba a punto de ir a buscarte antes de tiempo para que se callara.
—A mí también me ha encantado conocerte.
Fuimos al cine a ver una película de estreno. Paramos en Santa Mónica a tomar algo, según Sara, era una de las mejores zonas con vida nocturna de la ciudad.
A las dos y media, volvíamos a casa, nos acompañó un amigo de Sara que nos encontramos en el local. Mi prima se volvió loca cuando lo vio, estaba claro que ese chico le gustaba y mucho. Entramos sin hacer ruido, quitándonos los zapatos para no despertar a mis tíos. Una vez acostadas, mi tía Julia se asomó para ver como estábamos, quedó con-forme volviendo a la cama, Estela y yo, nos reímos bajito. Al día siguiente nos levantamos tarde, desayunamos nuestro cotidiano vaso de leche con cereales, y nos pusimos el bañador para pasar la mañana en la piscina. Nos habían deja-do solas en casa.
—¿Qué te parece George? Es buen chico ¿verdad?
—Sólo estuve con él en el coche, no me dio tiempo a conocerlo mucho la verdad. —Estela hacía a veces unas preguntas absurdas.
—Le diré a Sara que te lo presente es más amigo suyo.
—No hace falta que me lo presente, me fío de tu criterio.
—Quiero que lo conozcas y me digas que te parece — le gustaba ese chico y se notaba a leguas—. Quiero ser su novia, pero no sé si pedírselo yo o esperar a que me lo pida él.
¿Estela no se había enterado, todavía, que en mi corta vida, no había estado con ningún chico y por tanto los consejos que pudiera darle no eran de confianza?
—Has ido a pedirle consejo a la Miss amores—dije con sarcasmo. —No puedo darte mi opinión, no he salido nunca con ningún chico. Pídeselo a ver que pasa.
—¿Si se lo pido yo, que crees que pensará de mí?.
—No lo sé, no le conozco y de todas formas no puedo darte ningún consejo. Pídeselo a ver qué pasa.
—Me da muchísima vergüenza ¿Qué pasa si me rechaza?.
—Pues entonces pídele consejo a Sara ella lo conoce más que yo, quizás te pueda ayudar más y seguramente habrá tenido más novios.
—Estoy hecha un lío.
—Bueno no seas pesada, Estela —estaba agobiándome con su agonía—. O se lo pides tú o te esperas a que te lo pida él, pero igual estas esperando mucho tiempo.
Oímos el timbre de la puerta, nos levantamos de las tumbonas como si tuvieran un resorte que nos impulsaran, y mientras que se dirigía a abrir, se puso el vestido playero.
Aproveché para ponerme el mío, no sabía quién era pero no me apetecía que me vieran en bikini.
Estela regresó a la piscina acompañada por Sara y George. La pelirroja vino directa a mí, dándome dos besos.
George saludó con la mano, saludo que yo devolví algo cohibida. Mi prima estaba temblando como un flan, era ver-dad que le gustaba muchísimo, cuando estaba a su lado, el mundo se derretía bajo sus pies. El chico, preguntó por el baño, mi prima gustosa le mostró el camino, dejándome a mí hablando con Sara.
—Sara, ¿sabes que a mi prima le gusta George? —esperaba que Estela me perdonara por hablar de esto a sus espaldas.
—Sí, se le nota nada más lo ve.
Mi prima llegó en ese momento, había dejado de temblar, pero poco duró, cuando su chico apareció, el tembleque también lo hizo, temí que sus piernas no la soportaran y diera, de bruces, con el césped. Sara, con la excusa de querer enseñarme algo que tenía en el bolso, que por casualidad se había quedado en la sala, nos sacó de la escena, dejando solos a la parejita.
Cuando nos alejamos lo suficiente le conté la pequeña conversación que había tenido con Estela.
—Dudo que tu prima tenga tiempo de preguntarme.
—La miré sorprendida—. Se le ha adelantado George, des-de que la conoció esta loquito por ella — un suspiro abandonó sus labios.
—¿Qué crees que estará pasando ahí fuera? — comenzaba a ponerme nerviosa.
—Tranquilízate, todo va bien, le he dado consejos a George de cómo tiene que hacer las cosas para conseguir salir con tu prima.
—¿Tú crees que funcionará? —mi tono era pesimista, para no variar.
—Confía en mí, sé lo enamorada que está tu prima, tú misma lo has dicho —asentí—. Aunque le tirara encima un kilo de brasas ardiendo y luego le pidiera ser su novia le diría que sí.
—En eso tienes razón.
Llevábamos un rato dentro, había tenido tiempo de ducharme y cambiarme. Me gustaba la compañía de Sara, era una persona tranquila y serena. La temperatura había refrescado un poco en el exterior, por eso no me sorprendió cuando Estela entró algo helada, aún llevaba el bikini puesto. Me distrajo la enorme sonrisa de oreja a oreja que adornaba su cara, lo que vaticinaba un gran acercamiento entre ellos.
Mi tía, nos sorprendió en la sala, venía cargada con todas las bolsas de la compra, en el supermercado.
—Bueno, Sara esta noche nos vemos en tu casa —Es-tela tardaba mucho en bajar.
—Exacto ya venís a mi casa. —Sara miró a mi tía—. Julia, ¿no te importa que vengan Anna y Estela a casa esta noche? ¿Se pueden quedar a dormir?.
—No hay problema, pero mañana nada más os levantéis volvéis directamente a casa.
—Si tía, yo no me quiero quedar en casa de Sara para siempre.
Cuando la visita se fue, subí corriendo las escaleras, encontré a Estela secándose el pelo, no quise decirle que George se había marchado porque sabía que se sentiría mal, pero debía contarle porque se había ido sin despedir-se. Preparamos la mochila con lo imprescindible para la noche de chicas.
Nada más entrar en la habitación de nuestra amiga, Estela no pudo aguantar ni un solo segundo en confesarnos lo que ya sabíamos, o al menos intuíamos. Nos moríamos por saber los detalles, y mi prima se moría por contarlos.
—Cuéntalo todo, no dejes ningún detalle —Sara instó a Estela nada más cerrar la puerta de su habitación, algo innecesario, sus padres no estaban en casa.
—Ha sido increíble —irradiaba alegría por cada poro de su piel—. Cuando os fuisteis me dijo que quería hablar conmigo a solas.
Se enfrascó en contarnos, todo lo que hablaron, al parecer el chico estaba enamorado de ella, desde que se conocieron en casa de su amiga y no había dejado de pensar ni un minuto en ella.
—Por fin dejareis de darme la lata los dos, que sí George esto, que sí Estela lo otro. —Dijo Sara, ocasionando nuestras risas.
—Anna, si tú ves algún chico que te gusta y quieres salir con él, nos lo dices y haremos de celestinas. —me dijo Sara.
—No creo que nadie quiera salir conmigo.
Una tarde, Estela y yo, salimos a hacer footing aunque a mí no me gustaba mucho correr, accedí a regañadientes, si me quedaba más tiempo aquí sin moverme, volvería a España con algún kilo de más y no sería en las maletas.
Hacía un calor sofocante, compramos agua en un supermercado cuando la que llevábamos se nos había ter-minado, continuamos hasta casa de Sara. Me quedé en la puerta, no me apetecía entrar, nuestra visita era breve aun así, dejaron la puerta abierta por si cambiaba de opinión.
La casa de dos alturas daba a dos calles, era muy luminosa, con piscina y rodeada de un jardín de rosas, la cerca de hierro forjado, estaba recubierta por unos setos altos y espesos que no dejaban ver el interior.
Esperaba sentada en la acera, cuando vi a un chico girando de forma apresurada la esquina, si no me equivocaba estaba huyendo de algo o de alguien. No distinguía bien, desde donde estaba sentada, el rostro, pero se trataba de un chico delgado y alto, de pelo alborotado, de un tono cas-taño claro, pero no podía asegurarlo con certeza.
Mi corazón, comenzó a palpitar fuerte, queriendo es-capar de su prisión. Era el mismísimo Robert Colleman. No podía ser real, debía ser una alucinación provocada por el calor mezclado con el ejercicio.
Paró a escasos metros de mí, su móvil, estaba sonando, mientras yo luchaba por no desmayarme, había olvida-do como respirar. ¿Qué hacía el por esta zona?, la gente que vivía en este barrio, eran familias como las de Sara, con dinero pero sin ningún estatus social.
—Sí, los he despistado. —Dijo con esa voz melodiosa, la que me volvía loca— No, no es necesario que vengas a recogerme, cogeré un taxi —parecía enfadado con su inter-locutor—. Estoy bien, no te preocupes por mí, en cuanto logre llegar a casa te llamo... Si, Hayley siento que te hayas visto envuelta en esto, sé que no te gusta este mundo en el que me muevo, pero es lo que he decidido hacer y a mí me gusta. —Hubo una larga pausa, en lo que supuse estaba hablando, la tal Hayley, su novia—. Bueno tengo que colgar no quiero que me vuelvan a encontrar, hablamos luego.
Guardó el teléfono de nuevo, nuestras miradas se cruzaron, parecía asombrado de verme parada en medio de la calle, sin ponerme a gritar como una loca por habérmelo encontrado, como haría cualquiera de sus fans. Pero mi cuerpo no reaccionaba, me ruboricé de inmediato sin saber qué hacer, me había quedado paralizada.
Había olvidado como andar, seguramente me hubiera caído de haberlo intentado. Mientras estábamos pasmados dos figuras doblaron la esquina, nuestras miradas se dirigieron allí. De pronto mi cuerpo reaccionó, me dirigí hacía él que poco a poco se había aproximado a mí, huyendo de las dos figuras.
—Sígueme —mi voz temblando a causa de la emoción, pero era lo único que pude decirle—. Confía en mí, puedo sacarte de este lío.
—¿Cómo puedes tú ayudarme? —me dijo con su voz aterciopelada—. No te conozco.
—Lo sé, yo a ti si —claro que le conocía, mi habitación estaba empapelada con sus fotos—. Pero si me sigues pue-des despistar a esos reporteros que te están persiguiendo y ya los tienes prácticamente encima.
—¿Por qué debería seguirte? ¿Y si tú también fueras una de ellos?.
—Si yo fuera una de ellos, no estaría en medio de la calle plantada y a punto de desmayarme. —dije avergonzada—. Sígueme si quieres deshacerte de esos dos — dije señalando hacia las dos personas que corrían hacía nosotros.
Accedió a acompañarme, yo seguía temblando igual que una hoja al viento. No pasaron más de dos minutos cuando oímos las voces al otro lado de la valla que nos separaba de la calle. Permanecimos en silencio, con gestos le pedí que me siguiera, y con el mayor sigilo que nos fue posible, rodeamos la casa hasta la puerta escondida en la parte trasera.
—Esta puerta es segura —le dije en voz baja—. Desde la calle no se ve y solo se puede abrir si tienes llaves de la casa.
—Gracias —musitó agradecido.
Me asomé, para comprobar que no había nadie, podía salir sin ser visto. Me dio las gracias, otra vez, y salió corriendo. Me quedé allí un rato suspirando, recordando lo cerca que lo había tenido. Su olor estaba estancado en mi nariz. Si hubiera sido más lanzada, le hubiera besado, su colonia me estaba tentando y sus labios a escasos centímetros de los míos no eran de gran ayuda para contenerme. Desgraciada-mente me faltaba arrojo. Ni en mis mejores sueños hubiera ansiado conocerlo, si alguien me hubiera dicho que esto iba a suceder, le hubiera dicho que estaba loco.
Saqué a mi prima por la puerta trasera, era importante marcharnos de allí sin hacer ruido y lo más pronto posible. Le prometí que en casa le contaría y así lo hice. Le conté todo con lujo de detalles, e incluso avisamos a Sara de la situación para que estuvieran preparados, su casa sería noticia.
Por la mañana venía en los periódicos la noticia que esperábamos, con la foto en portada de la fachada de casa de Sara, bajo el rotulo: “Robert Colleman tiene novia”
En las páginas centrales un artículo bastante extenso, que no decía nada más que tonterías.
—Esa a la que describen eres tú. —Estela empezó la mañana riéndose de la descabellada noticia.
—No me lo recuerdes. —Mi rostro estaba rojo como un tomate, moría de la vergüenza.
—Tranquila no saben nada de ti, sólo que tu pelo es largo y de color castaño. —Mi tía entró en la habitación en ese preciso momento.
—¿Esa no es la casa de Sara? —Señaló la foto en la portada— ¿Qué ha pasado?.
Pusimos a mi tía en antecedentes, antes que ella leyera el artículo. Por la tarde Sara vino a nuestra casa, era imposible entrar en la suya, y yo no quería arriesgarme.
—No sabéis el lío que se ha formado en la puerta de mi casa, mi padre esta mañana casi atropella a unos paparazzi que no se han apartado —Hablaba como si no le molestara su presencia.
—Con lo vergonzosa que tú eres, ¿cómo has sido capaz de dirigirte a un famoso, que además resulta ser tu actor favorito? —Estela no podía creérselo, a decir verdad yo tampoco.
—No lo sé, me pareció que estaba en una calle sin salida — la escena acudió a mi memoria—. Aunque aún no sé cómo pude hablarle, creí que me moría, me quedé en estado de Shock.
Por la noche, acudimos a recoger a Sara y contemplamos con asombro que ya se habían ido todos los reporteros. Me alegraba bastante ese hecho, indicaba que se habían cansado de esperar a tener noticias nuevas. En la discoteca, nos encontramos con los amigos de George, mostrándose como siempre, educados con nosotras. Dejamos a Estela con su novio y nosotras nos fuimos a la barra a pedir una copa y a sentarnos, nos dolían los pies.
—¿De verdad no te gusta nadie? —Soltó Sara de repente— aparte de Robert, claro.
—No —dije con pesar—. Creo que he crecido marca-da por los príncipes azules que se enamoran de las bellas chicas.
—¿Qué?.
—Que tengo el listón de los hombres muy alto.
—Tendrás que bajarlo.
Claro, era fácil decirlo, lo que costaba era hacerlo.
—He leído demasiadas novelas románticas, en las que el chico de cualquier estatus social, se enamora de la protagonista, de distinto estatus social.
—Yo, aprendí, que el amor no era como en las películas, novelas o cuentos, muy tarde. He besado muchos sapos pero ninguno se ha convertido en mi príncipe —suspiró con tristeza—, bienvenida a la tierra.
—¿Es tan difícil encontrar un hombre como los de las novelas? —Asintió— ¿por qué? —se encoge de hombros.
—¿Hacemos un brindis? —me acercó su copa. —¿Por qué quieres brindar?
—Por los príncipes amarillos —rió, yo la miré ceñuda—. Si no encontramos los azules, vamos a probar con otro color, igual tenemos más suerte. —Dijo a modo de explicación.
Y con el brindis y las copas de más que viajaban por mi cuerpo, llegué a casa directa a la cama.
Quedaban quince días para volver a España, no quería desaprovechar el tiempo. Todos los días, salíamos las tres. Cada día me gustaba más pasar mis vacaciones, en mi pequeño paraíso terrenal, sin el autoritario control de mis padres.
Mi última noche llegó y no me apetecía salir, no quería levantarme cansada, me quedaban por delante muchas horas de avión. Me levanté la primera, a causa de los nervios, no había podido pegar ojo, en toda la noche, tras arreglarme un poco, bajé a desayunar dejando a las chicas durmiendo.
Mi avión, salía a las tres de la tarde, hora local, en España eran las diez de la noche aproximadamente. Me apresuré a terminar de recoger mi equipaje, y avisé a mis padres a qué hora llegaría mi vuelo, se habían empeñado en recogerme.
Javier y Estela me acompañaron al aeropuerto. A Julia, le hubiera encantado venir a despedirme, pero tuvo que quedarse con mi primo que se había enfermado.
Me costó horrores despedirme de ellos, antes de emprender el camino de vuelta a casa. Me pasé todo el viaje durmiendo, tanta salida nocturna me pasó factura, salir de fiesta con Estela y Sara, era mortal, nunca se cansaban y debía recuperar las horas de sueño que perdí estos dos meses.
Mis padres, tal y como lo prometieron, estaban esperándome cuando salí del aeropuerto. Enfilamos la A3 dirección Valencia, estaba tan cansada que me quedé durmiendo nuevamente en el coche, ni siquiera pude contarles nada, lo único que quería era llegar a mi habitación, donde estaban todas mis fotos favoritas, entre las que se encontraban unas cuantas de él.
Clavé mi mirada, en la foto que estaba colgada en la puerta de mi armario, acordándome del momento en el que tuve sus labios tan cerca de los míos, me estremecí, hubiera dado lo que fuera por poder recorrerlos con mi lengua. Me puse el pijama y me metí en la cama, pensando si volvería a verlo algún día, ¿qué le diría si me volvía a cruzar con él?, ¿me reconocería?, con esas preguntas en mente, me quedé dormida nuevamente.
Me levanté a las dos de la tarde, en Los Ángeles estaría amaneciendo. Estela era una fanática de las redes sociales, por lo que supuse que ya estaría conectada a esa hora. Encendí el ordenador y bajé a la cocina, estaba sola en casa, mis padres habían salido y tardarían un rato en volver.
Me preparé un cuenco de leche con cereales y subí de nuevo a mi habitación. Como vaticiné, Estela estaba conectada. Hablamos un buen rato de lo que me había perdido en mi ausencia.
Llamé a Lucía, mi mejor amiga, para dar una vuelta.
La conocí el año que mi prima se fue, fuimos compañeras de clase y enseguida nos hicimos amigas inseparables, por ella fue que descubrí mi amor por Robert a los quince años cuando me llevó al cine a ver una de sus películas.
Me duché y fui a mi armario para escoger la ropa, no me compliqué mucho, unos vaqueros y la primera camiseta que encontré. Les dejé una nota a mis padres, para que no se preocuparan si llegaban antes que yo, y salí de casa.
—Hola Lucía — saludé cuando la vi esperándome en la puerta. — ¿qué tal las vacaciones?.
—Tranquilitas en el pueblo —tenía que pedirle que un año me llevara al pueblecito francés donde vivía su abuela— ¿y tú? ¿Cómo te ha ido en Los Ángeles?.
—Muy bien —no le conté lo que me pasó con Robert, porque sabía que no me iba a creer.
Con algo de enfado me contó la noticia de la nueva novia de nuestro ídolo. Si supiera que ella era yo, sería mujer muerta.
—¿En serio? —dije haciéndome la sorprendida.
—Como te lo cuento pero no han podido conseguir nada.
—Ah sí, de eso algo he oído, pues nada de todas formas, no íbamos a estar con él.
—Ya, es una pena, pero mientras que no tenga novia, sabemos que no le regala sus caricias ni sus besos a nadie —suspiró—. Aunque tampoco nos los vaya a regalar a nosotras. Ojalá.
—Sí, ojalá fuéramos nosotras.
Algo decepcionadas por nuestro sueño frustrado decidimos ir al cine. Nos encaminamos al centro, donde se encontraba el cine al que solíamos ir, nos llevó lo que pareció una eternidad elegir la película que íbamos a ver, no nos poníamos de acuerdo. Compramos, chocolatinas, palomitas y bebidas, nos adentramos en la sala dispuestas a olvidarnos del mundo en el que vivíamos, por un momento.
Cuando salimos, ya era de noche, acompañe a Lucía a su casa y continué hacía la mía. Mis padres ya habían llega-do, me senté con ellos un rato para compartir en familia. Se alegraron porque había hecho nuevos amigos, gracias a mi prima y a Sara. Desde el portátil, les enseñé las fotos, indicándoles quien era quien. Se pasó el tiempo volando y para cuando terminé con la última foto era hora de acostarse.
A la mañana siguiente, al encender el ordenador, me encontré con un mail nuevo de Estela.

Anna, no te imaginas lo que sucedió ayer por la mañana, estábamos en casa de Sara y cuando salí, vi a Robert en la puerta, en su coche claro.
No sé qué buscaba pero supongo que te buscaría a ti, porque cuando llame a Sara para que saliera, se fue. Nos quedamos las dos impertérritas, me pareció que su semblante se volvió triste cuando nos vio aparecer. Intenta volver lo antes posible, porque seguramente querrá agradecerte que le ayudaras a escapar de la prensa.
Estela

Sí, o para tirarme a los leones, por lo que publicaron al día siguiente, pensé mientras leía, por supuesto, no creí que fuera cierto. Era absurdo que un chico como él, se fijara en una chica como yo, no soy como las chicas de las novelas.

Primero, no me creo lo que has dicho.
Segundo, es absurdo que quiera verme para agradecerme lo de la prensa, después de que publicaran la noticia.
Intentaré volver lo antes que pueda, pero no porque, en caso que sea cierto, Robert quiera verme, sino porque me gusta la ciudad y pasar el rato contigo, George, Sara y todos vuestros amigos. Son muy divertidos, y con vosotros me lo paso bien. Con vosotros me olvido de todo lo que hay alrededor, hacéis que mi estancia allí, sea inolvidable, cosa que os agradezco de todo corazón.
Anna

No me creía lo que había dicho mi prima, de todas maneras aunque fuera cierto, no podía distraerme, empezaba la universidad y no quería tener problemas, tenía decidido estudiar la carrera de educadora infantil.
Por las notas que había sacado en las pruebas de selectividad entraba en la mayoría de universidades, pero mi madre se había encargado de matricularme en una universidad privada que estaba a dos pasos de casa. Me parecía algo excesivo, sabía que mis padres me querían, pero eso no era motivo para que pagaran más de dos mil euros al año, por una carrera universitaria.
—No es problema, cuando se trata de tu educación. — fue la respuesta de mi madre cuando me quejé—. Además era un dinero que tu padre y yo hemos estado ahorrando desde que naciste para pagarte la universidad.
—No sé cómo agradeceros todo lo que hacéis por mí.
—Mientras que aproveches bien los estudios, para amortizar el dinero de la matrícula, me sobra.
—Gracias mamá. —Le di un abrazo muy fuerte casi hasta dejarla sin aliento.
Subí corriendo las escaleras, tenía que contarle a Es-tela la buena noticia, el ordenador seguía encendido no lo había apagado porque tenía pensado revisar todo el correo que no había leído en estos dos meses de ausencia. Aun-que mi prima tenía Internet, estando de vacaciones, pasaba bastante del ordenador.
Resaltado en negrita había un nuevo mensaje de mi prima. Antes de leer su mensaje, le escribí el mío, no quería olvidarme de lo que quería ponerle. Cuando terminé mi correo poniendo al día a mi prima, leí su correo, se la notaba un poco molesta por las palabras que utilizó.

Me parece muy mal que no confíes en tu prima, y vale vuelve por lo que te dé la gana. Pero quiero que sepas que lo que te he dicho en el mensaje anterior es cierto, Sara y yo vimos a Robert, en su coche, esperando para ver si aparecías.
Si no fuera verdad no te lo diría, no soy tan mala, sé lo mucho que te gusta ese chico como para hacerte eso, porque te haría daño, y si te pasa algo a ti, también me pasa a mí, estamos tan unidas que hasta percibimos el dolor la una de la otra.
Nosotras también te echamos de menos, tú aportabas jun-to a Sara, un poco de cordura, a este grupo de amigas. Deseamos que vuelva de nuevo el verano, para tenerte con nosotras, ojalá pudieras quedarte a vivir aquí para siempre, y así estaríamos juntas de nuevo.
Estela.

Me reí, Estela podía ser un poco melodramática a veces. Dejé el tema zanjado en ese punto, no quería enmarañar más mi cabeza, ya estaba suficientemente liada, como para encima preocuparme con eso. Además, ¿qué hacía mi prima a estas horas despierta?
Esa misma tarde quedé con Lucía, debía contarle las buenas nuevas. Fuimos a tomar algo, donde nos encontramos con el resto de nuestras amigas, ellas habían sido más afortunadas que nosotras y ya tenían novio, por lo que salían juntas. Nosotras dos, como seguimos más solas que la una, decidimos no salir con ellas porque sería un poco extraño, ya que ellas salen también con sus parejas.
Las saludamos y nos sentamos en su mesa, estaban preparando la fiesta de cumpleaños de Jessica, que por su-puesto no estaba con ellas. Planeaban hacerle una fiesta en casa de Paola, sus padres se habían ido a Italia, y tenía la casa para ella sola.
Nos encontrábamos decidiendo que le íbamos a regalar cuando mi móvil vibró con la recepción de un mensaje de Estela, seguía insistiendo con el tema Robert. Lo ignoré por completo, se había vuelto muy pesada con el tema y yo me estaba cansando.
—De nuevo solas. —Dijo Lucía mientras cenábamos en el burguer de siempre.
—Sí.
—¿Cómo crees que será la fiesta del sábado?.
—Épica, sobre todo si la organiza Paola. —Respondí sin entusiasmo.
—Cierto, es la mejor organizando fiestas.
—De mayor podría dedicarse a eso.
Pedimos la cena, aunque no hacía falta, ya nos conocían.
—Cuando vayamos a la universidad haremos nuevas amistades y no nos veremos tanto.
—No pensemos en eso ahora —quería dejar esos malos pensamientos atrás, me aterrorizaba hacer amistades nuevas—. Mañana temprano, voy a la autoescuela. Por fin he podido convencer a mi padre. Odio coger el transporte público.
—Sí, a mí tampoco me gusta, yo ya estoy apuntada.
Acabada la cena, nos fuimos a casa. Estaba cansada, me acosté nada más llegar, si me hubiera sentado en el sofá, me hubiera quedado dormida, y mi padre ya no estaba para cargarme hasta mi habitación. Mis padres aún no habían llegado a casa, de todas maneras.
Me desperté confundida, bajé a desayunar con el pijama, cuando volví a la habitación para vestirme, lo hice con la primera ropa que saqué del armario, ni siquiera me fijé en si las prendas combinaban.
Me faltaba un día para comenzar mis clases, me sentía muy mayor y solo tenía dieciocho años. “Sí ahora te sientes así, no quiero ni pensar cuando cumplas los treinta” habló mi consciencia.
Por suerte me dio tiempo de hacer todo lo que tenía que hacer, así que cuando llegó la noche estaba agotada. Cené, temprano, para acostarme enseguida, quería estar descansada por la mañana.
Entré en mi habitación, la casa estaba muy silenciosa, estábamos solos, no sabía dónde estaban mis padres pero en ese momento ni me importaba. Coqueta, me tumbé en la cama, seguía vestida, pero esperaba que no fuera por mucho tiempo. Robert aprovechó un descuido por mi par-te, para abalanzarse sobre mí, besándome con pasión. Sus manos recorrían cada centímetro de mi cuerpo, ocasionan-do estremecimientos por sus caricias, su tacto me derretía.
En menos de un parpadeo, Robert se desprendió de mi camiseta, lanzándola por encima de su hombro, mi sujetador corrió la misma suerte. Se tomó su tiempo en adorar y mimar mis pechos, ya fuera con sus manos o con su boca, los pezones se endurecieron. A duras penas conseguí des-hacerme de su camisa, dejando ante mí su perfecto torso, esculpido en mármol.
Una sonrisa torcida que causó que se humedecieran, más si era posible, mis bragas, apareció en su rostro cuan-do me miró y sus manos seguían su curso para deshacerse ahora de mis pantalones, llevándose las bragas con él. Lo que me dejó totalmente desnuda y a su merced. Tanteó mi entrada con sus dedos, lo que me hizo reprimir un gemido.
—Estás muy mojada nena —susurró— ¿es por mí?.
—Sí, Robert es por ti.
—Mira como me tienes —restregó su erección en mi muslo —deberías hacer algo al respecto ¿no crees?.
—Y ¿qué podríamos hacer? —dije jugando con él, que fuera mi primera vez no quería decir que fuera una mojigata.
—Se me ocurre que podía desnudarme y enterrarme en ti —dijo mientras su mano seguía ocupada en mí sexo— ¿tú qué opinas?
—Eso me parecería perfecto —dije entre jadeos, se estaba formando un orgasmo en mi interior.
Con parsimonia y lentitud se despojó de su ropa, nunca había visto un pene de semejante tamaño, dudaba que entrara todo en mi interior. Robert me sorprendió mientras me lo comía con los ojos, y una sonrisa canalla se instaló en su perfecto rostro. Muy lento comenzó a entrar en mí. Me tensé cuando llegó a la barrera de mi virginidad. Pasado un tiempo, cuando el dolor había remitido, el continuó con su vaivén. No me faltaba mucho para terminar, pero un insis-tente sonido me hizo abandonar los brazos de Morfeo.
—Maldito despertador —me desperté agotada, enfadada por no saber cómo terminaba el sueño y con las sabanas revueltas y enredadas.
—¿Qué te pasa hija? —preguntó mi madre, al parecer el grito que di, la preocupó.
—Nada, estaba en un hermoso sueño y justo cuando estaba en la mejor parte, el idiota este —le señalé el despertador— se pone a sonar como loco
Mi madre tenía preparado mi tazón de leche con cereales. Era mi primer día de universidad y no quería llegar tarde. Salí pitando para no llegar tarde a clase. Sabía dónde quedaban mis aulas, porque la tarde anterior, fui a conocer el lugar, tenía que llevar unos papeles y aproveché para dar una vuelta, por suerte no tenía que subir escaleras, evitan-do así la posibilidad de caer rodando por las mismas con las prisas.
Cuando entré a clase y paseé la vista por toda el aula, me quedé viendo a una chica que me resultaba familiar, pero no sabía por qué. El único sitio que quedaba libre era a su lado, por suerte estaba a mitad de la clase. Corrí a sentarme, porque el profesor no tardaría en llegar.
—Hola, tú eres Anna ¿verdad?, la prima de Estela — asentí buscando en mi mente en qué momento la conocí—. Yo soy Esther, era vecina de tu prima cuando vivían aquí.
—Ah sí, ya me acuerdo, hemos coincidido en sus cumpleaños.
—Sí. ¿Qué tal está?, Sé que se mudaron porque Javier se lo dijo a mis padres.
—Está bien. —Estaba estupenda de hecho, el clima le había sentado bien y más ahora saliendo con George.
—Me alegro mucho. Si hablas con ella dale recuerdos de mi parte.
—Se los daré. —“Si se acuerda, claro.” Recalcó mi conciencia.
El profesor entró en clase ocasionando que todos nos quedáramos en silencio, pasó a presentarse, teníamos clase con él, la mayor parte de las clases, menos las últimas dos horas.
Por la tarde, no había clase, aproveché a repasar los correos, tenía unos cuantos pendientes de lectura. La mitad se fueron directos a la papelera. Me percaté que tenía uno de mi prima, opté por leerlo, solo esperaba que no fuera sobre Robert, suficiente tenía con el tórrido sueño que había tenido.
Por suerte lo aprovechó para contarme sobre sus estudios, las aspiraciones de Sara, que estaba en un intercambio en Sídney y del viaje de George a Canadá, que tenía previsto para este verano.
Aproveché para contestarle, solo podíamos comunicarnos por esta vía, teníamos siempre tanto que contarnos, que WhatsApp se nos quedaba pequeño y Facebook quedaba descartado porque yo casi no lo usaba, además, era difícil coincidir las dos a una misma hora, debido a la diferencia horaria. También descartábamos el teléfono, por-que las factura serían astronómicas, eso lo dejábamos para nuestras madres.
En mi respuesta, le dejé los saludos de Esther. Me des-pedí al oír a mi madre entrar en casa, ya que conociéndola como lo hacía estaría deseando saber cómo me había ido el día.
Bajé saltando las escaleras de dos en dos, sin matarme, un gran logro tratándose de mí. La idea era saludar a mi madre, y como me temía me sometió al tercer grado. Aun-que no era mucho lo que había hecho en mi primer día de clase. Cuando mi padre llegó de su trabajo, volví a repetir la historia. Por suerte ya no tenía que venir nadie más a casa. Subí a dormir nada más terminar la cena, estaba muy cansada, subiendo la escalera de dos en dos, para llegar cuanto antes a mi cama.
Había encontrado, aunque sonara increíble, un trabajo de dependienta en una tienda de ropa, no quería ser tan dependiente de mis padres. Trabajaba por las tardes. Al llegar a casa estaba tan cansada que no tenía ganas de cenar, lo hacía a la fuerza, ya que mi madre me obligaba. Siempre me iba a la cama nada más cenar, me quedaba dormida en la silla, no tenía tiempo para muchas charlas, mejor, por lo menos no me agobiaban con sus preguntas.
Lucía comenzó la carrera de medicina por lo que nos veíamos menos que nada. Con la que más relación tenía, era con Esther al estar en la misma clase, nos reuníamos para repasar.
A tan solo dos meses de finalizar el primer año, no salía de casa, debía estudiar para los exámenes finales y necesitaba concentrarme, quería acabar de estudiar cuando correspondía y no más tarde por haber suspendido alguna asignatura. Mi rutina cambió de manera brusca, me levantaba a las siete de la mañana para ir a clase y hacer un par de exámenes y luego comía en casa. Por la tarde me esperaba el trabajo, sólo eran cuatro horas, de tres a siete y, cagando leches, acudía a mis tres cuartos de hora de practica en la autoescuela. Era agotador. Cenaba en la habitación, a la que subía a estudiar.
Terminados los exámenes pude volver a cenar como las personas normales, en la cocina y con mis padres, además de dormir mis ocho horas reglamentarias. A partir de esa fecha y durante el mes y medio que faltaba para verano, concretamente el veintiuno de Junio, me esperaba un grupo de niños traviesos y enloquecidos esperando que llegaran sus vacaciones.
Durante todo ese tiempo, no pude dejar de pensar en Robert. Aunque no lo quería admitir, en el fondo esperaba que lo que insinuaba Estela, fuera cierto, aunque no estaba preparada, a mi parecer, para enfrentarme a su mundo.
Al volver a casa, después de nueve horas rodeada de pura energía infantil, me sentía demasiado cansada, como para poder mantener una conversación coherente con mis padres. Los niños eran agotadores.
Conseguir juntar a Lucía y Esther, para poder salir las tres juntas, fue tarea fácil, congeniaron bastante bien y prácticamente nada más conocerse. La primera salida que hicimos Lucía estaba eufórica, había hecho su primera disección, no quise saber más detalles, así que no tenía cono-cimiento de lo que había diseccionado.
—¿Qué tal os ha ido el curso? —preguntó Lucía
—Muy bien, ahora estamos haciendo prácticas — Esther fue la primera en contestar.
Habíamos quedado para cenar y ver una película. No sé muy bien porqué, escogimos una película de terror. Habíamos leído la crítica y la calificaban entre las diez mejores películas que estaban en cartelera en esos momentos.
—Oye hace tiempo que no estrenan ninguna de Robert —a Esther también le gustaba, como pude comprobar cuando casi se me muere el día que entró en mi habitación y lo vio en cada una de mis paredes.
—Está grabando ahora una, aún no se sabe el título ni cuando se estrenará —nos informó Lucía.
—Lo has visto en Internet ¿verdad? —aventuré.
—Cierto, ¿cómo voy a saberlo si no? —Respondió risueña— No soy su agente. Aunque no estaría mal.
—Más que ser su agente, y conseguirle trabajo, te pasarías el rato intentando llevártelo a la cama —dije sabiendo que era verdad.
Llegamos a casa después de la sesión de cine, solo esperaba poder dormir sin tener pesadillas.
La luz del nuevo día, se colaba en mi habitación a través de la persiana. Mi padre ya había salido al trabajo. Mi madre estaba de limpieza, con mi desayuno preparado, no tenía prisa hasta las nueve no entraba, y el reloj marcaba las siete y media, me preguntaba dónde iba tan temprano, aún podría haber dormido media hora más. Tranquilamente comencé mi ritual, de ducharme y lavarme el pelo, mientras pensaba en lo bien que sería si fuera Robert quien, con el champú en sus manos, masajeara mi cabeza.
Hacía buen tiempo, por lo que decidí ir andando hasta el colegio, no quedaba lejos de mi casa y necesitaba tiempo para pensar, de paso haría ejercicio. Sin darme cuenta, había llegado a la puerta del colegio, donde los adorables diablillos, me estaban esperando con legañas en los ojos.
Al volver a casa, después de la jornada de prácticas, me encontré a mis padres, hablando en la cocina. Mi madre estaba convenciendo a mi padre, para irse de crucero en vacaciones, pero él no estaba muy feliz. Con mis dotes de persuasión, al final convencí a Alberto para que le cumpliera el sueño a su mujer, no me costó mucho convencerlo, porque por sus chicas, haría cualquier cosa. Sin darnos cuenta, mi madre desapareció de nuestra vista cuando mi padre dijo sí, dispuesta a comprar los billetes antes que el terco de mi padre se retractara, ella se moría por ir de crucero, le hacía ilusión desde que era una cría.
Aproveché, que aún no estaba hecha la cena, para descansar unos minutos. Me dedique a revisar el correo, hacía días que lo tenía bastante abandonado.
Miré el reloj, para darme cuenta que ya era la hora de la cena, bajé corriendo las escaleras, para encontrarme en la cocina, con mis padres y la cena en la mesa, ambos estaban debatiendo los pormenores de su crucero por el mediterráneo. Parecían un par de recién casados, preparando su luna de miel. Se merecían unas buenas vacaciones, nunca habían hecho un viaje a solas, siempre estaba yo por el medio. Ahora que ya era mayor de edad y podía valerme por mi misma, había llegado la hora que hicieran su vida y pudieran irse tranquilamente. Estaba claro que los echaría de menos, pero tendría que ocultarlo, para evitar que ellos se preocuparan por mí y cancelaran el viaje.
Mi trabajo en la tienda lo seguía manteniendo, pero mi horario había pasado a fin de semana, más concretamente al sábado, me lo pasaba todo el día metida entre ropa, lo bueno que al ser empleada, me hacían descuento cuando compraba ropa. Gracias a ello, mi fondo de armario había aumentado su volumen considerablemente, sobre todo en época de rebajas. Lucía y Esther, se pasaban por allí a la hora de mis descansos, esa era la única manera de poder hablar conmigo para concretar los planes de nuestras salidas nocturnas.
Mis padres tenían previsto el crucero de mes y medio para el próximo mes de julio. Para entonces yo ya estaría en
Los Ángeles y ellos disfrutando de su segunda luna de miel. Estaban tan ilusionados que me ponía feliz con solo verlos, que maravilla era estar enamorado cuando la otra persona te correspondía con todo su amor, ¿llegaría a encontrar un amor así, alguna vez? Lo dudaba.
El tiempo pasaba deprisa, habían pasado dos meses desde la fiesta de cumpleaños de Jessica, las chicas habían invitado a algunos chicos que no conocía y con los que nunca había tenido contacto, pero me lo pasé bien.
—Anna, estás otra vez en las nubes —interrumpió Lucía, mientras caminábamos de regreso a casa— ¿qué te pasa ahora?.
—Estoy recordando la fiesta de Jessica — dije con una risita absurda— nunca me lo había pasado tan bien en una fiesta.
—Ni yo —contestó con una sonrisa de oreja a oreja —. Fue un día para recordar único, bonito e inigualable —ahora era ella quien se encontraba en la luna— Y como estaban de buenos los amigos de Paola.
—No estaban mal —admití al fin—, pero no eran sus novios.
—Anna, era una fiesta de chicas —me miró frunciendo el ceño, aunque pronto volvió a la realidad al recordar algo—. El que no estaba mal del todo era Juan, besaba de muerte.
—¡Lucía! —Dije escandalizada— ¿no serías capaz? — Ella asintió dándome la razón— Dios mío mi mejor amiga seducida por un hombre y ni siquiera me lo contó.
—No seas payasa, solo fueron un par de besos, largos pero intensos.
—Ah por cierto —dije sacándole de su ensoñación— Paola ya me ha mandado copias de las fotos que le pedí.
—¿Sales en todas? —Preguntó incrédula, yo solo pude asentir —que raro.
Estuve un rato largo para despedirme de Lucía, a la mañana siguiente partía con su prima Elizabeth y unas amigas, de ruta por las ciudades costeras de España y no volveríamos a vernos hasta septiembre.
Ya tenía las maletas hechas desde hacía una semana y esperándome en la puerta, me había vuelto demasiado previsora. Mi madre estaba emocionada, su crucero también se acercaba, mi padre seguía tenso y más cuando se acercaba la fecha.

En la casa estábamos los tres muy ansiosos. Yo porque en unos días estaría con Estela, en mi paraíso vacacional preferido. Mi madre, porque por fin, cumpliría su sueño de irse de crucero. Y mi padre, porque su cerebro no hacía más que recordarle una y otra vez lo que pasó en su niñez. Lo que me demostraba que el amor lo puede todo, al ver que mi padre por ver a su mujer feliz, era capaz de tragarse su fobia a los barcos.

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